El pasado 15 junio fue aprobado por el Parlamento de Hungría un texto impulsado por Víktor Orbán, su primer ministro, de acuerdo con el cual se tomarán medidas que buscan proteger a los menores de la pedofilia. Pero lo que realmente se está incentivando es prohibir la “promoción de la homosexualidad”. La propuesta de ley dice que quedará prohibida la exposición a menores a pornografía e información acerca de identidad de género, reasignación de género u homosexualidad por considerarse temas peligrosos. Otras medidas similares se han llevado a cabo por el partido de este personaje, lo que obviamente dificulta la libertad de expresión de las personas del colectivo LGBT+.

Hoy mismo, Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha declarado que la mentada ley húngara es una vergüenza, y que el organismo tomará cartas en el asunto a fin de evitar que entre en vigor, pues considera que viola rotundamente los derechos de los homosexuales.

Pocos días antes del partido de fútbol entre Alemania y Hungría (hoy), la ciudad de Múnich propuso iluminar el estadio Allianz Arena con los colores del arcoíris como protesta ante la ley de Hungría y como apoyo a la comunidad. La Unión de Federaciones Europeas de Fútbol (UEFA) rechazó dicha medida bajo el argumento de evitar polémicas “políticas o ideológicas”. Sin embargo, justo antes de la justa deportiva, Múnich decidió iluminar todos los estadios de su ciudad con la bandera arcoíris.

Mientras tanto, en redes sociales se han leído toda clase de comentarios a favor de la muestra de apoyo por parte de los alemanes, y, lamentablemente, muchos en contra de esta acción argumentando que “no metan al fútbol” en estos asuntos. Todas esas palabras en contra de mostrar apoyo a la comunidad dejan muy mal sabor de boca, sobre todo porque es un sentir a nivel mundial.

¿Por qué con el fútbol sí hay que meterse en estos temas? Aquí propongo varias razones. Porque es un deporta masivo y eso representa un escaparate inmenso. Las muestras de apoyo en esta clase de escenarios generarían la sensación de aceptación y pertenencia para todos aquellos aficionados que seguramente disfrutan de este deporte desde la soledad del armario. Porque los futbolistas son ejemplos a seguir, como el portero alemán Manuel Neuer, que ha llevado un brazalete arcoíris y que casi es sancionado por la UEFA (pero llevar marcas comerciales, eso sí). Recordemos el reciente episodio con Cristiando Ronaldo y el revuelo que causó. ¿Por qué si se puede causar controversia por un par de botellas de refresco, pero no se puede tomar una sólida postura frente a un tema de derechos humanos?

Los futbolistas cobran grandes cantidades de dinero por algo que es, en gran parte, un espectáculo. Mueven marcas, así que son figuras públicas y lo menos que pueden hacer, tanto ellos como los clubes que los compran ─como si fuera autos costosos─, es retribuir algo a la sociedad. Seguramente a los distintos organismos deportivos a nivel mundial no les importa si el que paga la entrada a un partido está casado con un hombre o una mujer, porque ya pagó. A los clubes no les importa quiénes se compren sus camisetas oficiales, siempre y cuando las paguen.

Un porcentaje muy grande de la sociedad tiene una orientación sexual no heteronormativa, dentro de ese porcentaje se encuentran muchísimos deportistas de alto rendimiento que van y dan la cara por su país, portando la imagen de marcas comerciales (que sí podrían considerarse dañinas para la salud), y representan el esfuerzo y el triunfo en una disciplina. La mayoría de estos deportistas tampoco se siente con la libertad de expresar su verdadera orientación sexual.

El deporte es otro aspecto de la vida y del desarrollo humano. Educa, vende, promueve y genera comunidad. Por lo tanto, sí debería aprovecharse cada vez para alzar la voz frente a colectivos vulnerados. No se trata ni de política ni de ideología, se trata de derechos humanos fundamentales.

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