Todavía es mucho lo que ignoramos sobre el virus que tiene paralizado al mundo, pero hay un hecho absolutamente seguro: la pandemia se va a terminar. No sabemos cuándo y no sabemos cómo, pero esto va a tener fin. Gradualmente iremos recuperando alguna dosis de normalidad, tal vez con más límites que los existentes antes de enero, tal vez con reglas sanitarias distintas, pero iremos dejando atrás el confinamiento masivo y el pasmo económico.

¿Qué pasará cuando eso suceda? ¿Qué mundo nos espera cuando acabe la pandemia? No estoy seguro, pero van algunas predicciones genéricas sobre los temas de esta columna:

1. El Estado mexicano va a salir debilitado de este trance. La crisis económica que se viene va a generar unas restricciones presupuestales mayúsculas en todos los ramos, incluyendo el de seguridad y justicia. No sorprendería que el año viéramos un recorte sustancial a los recursos entregados a todas las dependencias del sector, con la posible excepción de Sedena. Asimismo, parece casi inevitable que las aportaciones y subsidios a estados y municipios se reduzcan en montos sustanciales. Eso significa que la modernización indispensable de nuestras instituciones de seguridad y justicia se va a posponer indefinidamente.

2. Los mercados ilegales van a ser más desorganizados e inestables, al menos en las fases iniciales del periodo post-pandemia. En un mundo en el que persistirán múltiples restricciones a la movilidad, los actores del submundo criminal van a tener que encontrar nuevas rutas y nuevas modalidades para las diversas formas de tráfico ilícito (drogas, personas, armas, etc.). Eso inevitablemente va a generar fricciones que en ese medio solo se resuelven a balazos. Y en el plano interno, la depresión económica va a alterar el funcionamiento de diversas economías ilegales. El huachicol tal vez pierda atractivo en la medida en que haya una disminución sostenida de precios de gasolina. La extorsión probablemente cambie de sectores (del comercio al menudeo a actividades industriales, por ejemplo) y tal vez crezca significativamente. Todo eso va a generar inestabilidad y eso, en el submundo criminal, significa violencia.

3. La relación entre las dependencias federales y los gobiernos locales (tanto estatales como municipales) se va a volver más ríspida y menos colaborativa. La pandemia ha exacerbado el conflicto entre la Federación y los estados, por razones económicas y sanitarias. Yo anticipo que esa disputa no va a acabar pronto y se va a trasladar al terreno de la seguridad. Ante restricciones presupuestales, la Guardia Nacional va a estar aún más rebasada que actualmente y su operación inevitablemente se va a volver espacio de disputas políticas. Al mismo tiempo, un posible ascenso de la violencia acabaría en un concurso de recriminaciones mutuas. Sin presupuesto disponible, va a ser muy difícil contener el conflicto.

4. La relación con Estados Unidos se va a volver más compleja. Es posible que la pandemia deje como legado un endurecimiento estructural de nuestra frontera común. Eso probablemente signifique, con o sin Trump en la presidencia estadounidense, crecientes fricciones tanto en el tema migratorio como en el de seguridad. Con la pandemia de Covid en el espejo retrovisor, la otra emergencia sanitaria estadounidense —la crisis de los opiáceos— probablemente retome importancia en la discusión pública de nuestros vecinos. Eso va a significar presiones crecientes sobre México para contener el tráfico de heroína y fentanilo. Más allá de esos temas puntuales, el país se va a ver forzado a aceptar las casi inevitables restricciones a la movilidad que establecerán los vecinos y que persistirán mucho tiempo después del fin de la pandemia.

En conclusión, creo que nos va a caer la vieja maldición (supuestamente) china: vamos a vivir en tiempos interesantes.

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