La espesa salsa de contradicciones en las que han incurrido actores centrales del gobierno sobre la crisis en Culiacán, con el arresto y posterior liberación de Ovidio Guzmán López, lleva a la convicción de que la verdad pertenece a lo que no puede confesarse.

Es necesario dirigir la atención sobre la agencia antidrogas norteamericana, la DEA, que según testimonios fiables, colocó a dos de sus agentes en el operativo del arresto del hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, e intentó oponerse a que regresara a las calles.

Tampoco se puede soslayar el equilibrio que sostiene al Cártel de Sinaloa junto con su cabecilla Ismael “Mayo” Zambada García, líder indiscutible, que en enero próximo cumplirá 72 años y sus herederos naturales son los llamados “Chapitos”. Zambada se ha presentado ante los últimos tres gobiernos como un personaje con el que se puede negociar una reducción de la violencia… siempre y cuando el negocio de las drogas siga siendo próspero.

El Cártel de Sinaloa nutrió durante décadas de operadores a las principales bandas del país, incluso una de sus escisiones fundó el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que durante la administración Peña Nieto amplió su presencia de tres a más de 25 estados. Lo que ocurra en el imperio de los drogas, el resto del gobierno López Obrador, dependerá de la correlación de poder entre Sinaloa y CJNG.

Ese telón de fondo dominó el arresto de Ovidio Guzmán, a cargo de militares, Guardia Nacional y policías federales. No está claro a dónde fue llevado, pero sorpresivamente no se le sustrajo de la ciudad como se dispone en estos casos, sino que se le colocó, por horas, en una casa de seguridad…como esperando a lo que vendría.

Lo que vino fue un montaje atribuido al “Mayo” Zambada, según fuentes militares consultadas. Los operadores habrían sido los otros hijos del “Chapo”, que desplegaron a pistoleros para bloquear avenidas con vehículos incendiados y recorrieron la ciudad haciendo disparos, la mayor parte de ellos al aire, captados por videos que el propio cártel difundió en redes sociales.

De acuerdo con estas fuentes, en los primeros minutos hubo hasta 100 sicarios armados en las calles, en momentos en que en Culiacán se hallaban al menos 800 militares, con mayor capacidad de fuego. Al avistarse un grupo de pistoleros con un rifle Barrett empotrado en una camioneta, milicia experta en el uso de morteros fue alertada por si era necesario destrozar el vehículo junto con sus acompañantes.

Se reportó que “El Mayo” había ordenado que una caravana de camionetas con gente armada bajaran de la sierra rumbo a Culiacán, por lo que helicópteros artillados quedaron en espera de despegar para impedir tal amenaza.

Pero en algún momento, las negociaciones comenzaron. Y aquí las versiones se distancian. Unas hablan de jefes de pistoleros discutiendo con mandos intermedios del Ejército con la amenaza de matar a soldados y oficiales que habían sido capturados sin que pudieran disparar una sola bala. La intimidación incluyó hacer explotar una “pipa” de combustible frente a la zona habitacional con familias de soldados. Un reporte alude a una comunicación dirigida al presidente López Obrador por el secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, alertando que ante un ataque armado sobre sus familias obligaría al Ejército a aplastar a los pistoleros con toda la capacidad de fuego al alcance.

Las fuentes militares consultadas no descartan un cruce de mensajes directamente entre Ismael Zambada y el secretario federal de Seguridad, Alfonso Durazo, tras lo que se habría dado la instrucción presidencial de liberar a Ovidio Guzmán. Antes de que abandonara su lugar de reclusión, él fue fotografiado por mandos castrenses como constancia de que había estado retenido por varias horas y fue sometido a interrogatorios.

Tras la liberación del narcotraficante, el malestar sobrevino. Los rumores de pactos inconfesables llenaron los whatsapp de hombres en uniforme. De esos ámbitos surgió inicialmente el singular testimonio gráfico de que un hijo de Durazo Montaño y el citado Ovidio Guzmán fueron compañeros en su escuela primaria. Concretamente en el Colegio CEYCA, que entonces separaba a los varones de las niñas. Propiedad de los Legionarios de Cristo, la escuela ocupa un viejo convento en la zona de Tlalpan, al sur de la ciudad de México. Se promociona con el argumento de que sus alumnos tienen “una formación en valores e integridad del ser humano hacia la caridad y el altruismo”.

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