A inicios de la década de los 2000 escuchábamos acerca de la epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Grave, cuyo epicentro fue en la lejana China. Unos años después, vivimos la última pandemia vivida en México, la de la gripe A H1N1, declarada en marzo de 2009 (solo seis años de diferencia). Aquellas fechas nos parecen lejanas, pero si lo pensamos los periodos que distancia entre aquellas y la covid-19 no son tantos. Seguramente es una señal alarmante que la naturaleza nos envía y que, obviamente, no queremos reconocer.

Durante aquellos acontecimientos, las sociedades y la tecnología eran otras. Nos enterábamos de los avances de las enfermedades mayoritariamente (si no es que exclusivamente) a través de los medios tradicionales de comunicación. Las redes sociales Facebook y Twitter o no habían nacido o estaban en pañales. Y casi todos, atentos a las ruedas de prensa de las personas a cargo de la salud pública, creíamos sus palabras y tomábamos las medidas indicadas para evitar contagiarnos.

En 2019 el mundo ya era otro. Los medios y las redes sociales lo han transformado todo, y a nosotros también. La gente comenzó a oír acerca del brote del nuevo coronavirus en los medios tradicionales. Cabe recordar que en China (hoy más cercana que antes) hay unos niveles altos de censura, por lo que poco de lo que realmente sucede ahí llega a nosotros. Se tiene que confiar en sus fuentes oficiales. Conforme los contagios fueron creciendo y la epidemia se convirtió en pandemia, el mentado virus vivía también en nuestros teléfonos, en todas las conversaciones de WhatsApp, en cada publicación de Facebook.

Así, tanto el virus como la información no han dejado de desperdigarse por cada rincón del mundo y a eso se llama “infodemia”, definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como: “Una sobreabundancia de información, en línea o en otros formatos, e incluye los intentos deliberados por difundir información errónea para socavar la respuesta de salud pública y promover otros intereses de determinados grupos o personas”.

Por esto mismo, la OMS realizó un llamamiento a los Estados miembros para evitar la comunicación de información errónea y falsa, porque sus consecuencias van más allá del chisme. Difundir información sin fundamentos científicos puede llevar a la muerte de personas, como tomar Lysol o dióxido de cloro para combatir al coronavirus. La gente debe tomarse muy en serio que recibir información y reenviarla sin previa reflexión y comprobación puede ser fatal. Pero como las noticias (falsas y verdaderas) nos llegan a diario a la palma de la mano, pensamos que lo más normal es darle “reenviar” por el bien de nuestros contactos. Pero no es así.

La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología ha difundido una guía para frenar la difusión de noticias falsas, cuyos sencillos pasos pueden salvar vidas:

1. En caso de recibir información, lo primero es verificar si se trata de la opinión de alguien, es contenido satírico o proviene de alguna fuente confiable.

2. En caso de no ser verificable, avisar a la persona que lo envió anteriormente y no volver a compartirlo.

3. En caso de ser verificable, buscar ampliar la información: fecha de publicación, medio donde se divulgó, fuentes que lo respaldan, cuál es su intención, buscar material audiovisual que lo compruebe.

4. En caso de que sea información validada, entonces sí valdrá la pena compartir. Quizá sí ayude a evitar más contagios y salvar vidas.

Vivimos en la era de la información; esta es una fuente de poder muy valiosa, pero hay que tener criterio a la hora de consultar, procesar y compartir.

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