Con dos años de edad, ya saben que al escuchar el llamado de alerta hay que ir directamente a las instalaciones de su escuela, reforzada con un doble techo de hormigón y metal que no puede ser traspasado por las bombas. Tienen solamente 15 segundos para ponerse a salvo. Se trasladan guiados por su maestra. Lo hacen cantando para no angustiarse tanto. Ella les habla con voz dulce, pero firme. Me cuenta que luego de esos episodios, muchos de los niños hablan menos y vuelven a mojar a la cama. Viven en Israel a un par de kilómetros del límite con la franja de Gaza. Sus familias llegaron hace pocas décadas y fueron instaladas en esa zona para “proteger la frontera”. Pienso en los niños que están del otro lado. Esos que viven hacinados, sin tranquilidad ni áreas verdes. Me estremece pensar que ellos no tienen siquiera ese refugio al cual correr.

Veo en las alturas los globos con cámaras de seguridad que lo monitorean todo. Son esas cámaras las que descubren la existencia de túneles construidos por los terroristas de Hamas. Pienso en las escuelas y los hospitales que se podrían levantar con ese dinero destinado a seguirse matando. La tecnología que intercepta los misiles provenientes de Gaza y los destruye antes de que caigan en territorio israelí, es burlada en ocasiones con artefactos tan creativos como baratos: condones usados como globos que se elevan con explosivos, o papalotes que vuelan con fuego para incendiar la tierra y los cultivos del enemigo. La tensión es permanente y las posiciones de quienes toman las decisiones aleja la esperanza de alcanzar alguna vez la paz.

Por fortuna, están las otras voces. Las de aquellos que todavía creen en el diálogo y le apuestan a la conciliación. En mi breve paso por Israel tuve una aleccionadora conversación con una joven madre judía. Me contó que años atrás le dijo a su padre que odiaba a los musulmanes, aunque no pudo explicar la razón. Él reaccionó enviándola a estudiar a varios países árabes. Con los años de cercanía aprendió a entenderlos y respetarlos. Hoy trabaja a favor de una convivencia pacífica.

Yossi Klein Halevi lo plantea en su exitoso libro Cartas a mi vecino palestino: “Interactuar con creyentes de distintas religiones ayuda a generar humildad; a reconocer que la verdad y la santidad no se alcanzan por una sola vía. Dios habla muchos idiomas.” Dice también que uno de los principales obstáculos para la paz es la falta de capacidad para escuchar el otro lado de la historia. Ojalá haya disposición para ello, pues mientras algunos adultos se radicalizan, hay niños que crecen entre el miedo y el odio.

HUERFANITO. Los retos de México son muy diferentes a los de Medio Oriente. Sin embargo, hay siempre lecciones que podemos aplicar a nuestra realidad. Alejar el conflicto escuchando a los que piensan distinto es muy necesario, sobre todo cuando hay quien usa la división y el rencor como capital político.

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