En octubre de 2018 se suscitó en Teloloapan, Guerrero, un violento enfrentamiento entre policías comunitarios y miembros de La Familia Michoacana. Durante dos días seguidos hubo reportes de tiroteos en diversas zonas del municipio. Cuatro delincuentes perdieron la vida y otros dos quedaron heridos.

La policía comunitaria de Teloloapan había sido creada por el exalcalde Pedro Pablo Urióstegui (1990-1993) para detener, según declaró él mismo, la ola de secuestros, asesinatos y extorsiones que La Familia Michoacana había desatado en la región norte del estado.

El hijo de Urióstegui, un muchacho de 27 años, había sido secuestrado por el grupo criminal. Jamás volvió a saberse de él.

La policía comunitaria fundada por Urióstegui se echó a cuestas la misión de detener el paso de La Familia Michoacana hacia la ciudad de Iguala.

Muy pronto, sin embargo, fue desconocida por el Frente Unido de Policía Comunitarias del Estado de Guerrero, FUPCEG, que agrupa a más de diez mil elementos y opera en 30 municipios del estado. La razón: se habían descubierto los vínculos del grupo de Urióstegui con una de las organizaciones delincuenciales más poderosas del estado: los Guerreros Unidos.

Se acusó a los comunitarios de Teloloapan de estar al servicio de este grupo criminal y a Urióstegui de recibir armas y recursos procedentes de la delincuencia.

El exalcalde, operador de la candidatura de Félix Salgado Macedonio en la zona norte de Guerrero, tenía un largo historial de acusaciones y detenciones por portación de explosivos y armas de uso reservado, así como por ataques a las vías de comunicación.

Había pasado del PRD al PRI y establecido contactos con el cacique de Guerrero, Rubén Figueroa.

El 17 de febrero, un hombre de aproximadamente 60 años, asesinado con verdadera saña, fue hallado en un camino de San Martín Pachivia, municipio de Ixcateopan. Los agentes de la fiscalía regional observaron que el desconocido tenía un tiro en el ojo, así como señales de haber recibido una brutal golpiza. Tenía un trozo de cuerda atado a una de las manos.

La policía levantó 11 casquillos de 7.62 milímetros. Había una cartulina a un lado. Con letra cuidada —“la escribió alguien que tiene preparación”, confió una fuente local— habían escrito lo siguiente:

“Una gran disculpa a la ciudadanía en general, lo que menos queremos es que tengan miedo, pero estamos cansados de injusticias no importándole la tranquilidad o la vida de los demás, por lo que le pasó esto a esta persona”.

Se confirmó horas más tarde que aquel era el cadáver de Pedro Pablo Urióstegui. Sus familiares habían reportado su desaparición días atrás. El cuerpo fue hallado junto a una construcción modesta. Se indaga si el exalcalde estaba ahí escondido o fue llevado ahí por sus verdugos.

Unos días antes había concedido una entrevista confesando que operaba en la zona norte la candidatura de Salgado Macedonio, de quien era compadre, y manifestando su apoyo radical al gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Versiones policiacas indican que Urióstegui estaba enfrentado con el grupo criminal conocido como Los Tlacos, brazo armado de la policía comunitaria General Heliodoro Castillo, que encabeza Onésimo Marquina, conocido como El Necho.

Ligados al Cártel Jalisco Nueva Generación, Los Tlacos protagonizaron el año pasado un feroz enfrentamiento que duró seis horas y dejó diez muertos en el poblado de Tianquizolco.

En dicha región, los Guerreros Unidos sostienen una cruenta guerra por el control de las minas y los sembradíos de amapola. Centenares de familias han sido desplazadas por el clima de violencia.

En ese contexto ocurre el asesinato del oscuro Pedro Pablo Urióstegui, uno más de los muertos que la corrupción y la violencia desatada han dejado en Guerrero.

Por la forma en que el exalcalde fue torturado y ejecutado, fuentes cercanas a la investigación afirman que este homicidio es, sin lugar a dudas, un mensaje. ¿De quién? ¿Para quién?

No se augura nada bueno para Guerrero.

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