Hace tres años, los primeros integrantes del Coro Monumental y Orquesta de Guitarras para la paz de Morelia, Michoacán, no veían su futuro. “Decían que de grandes querían ser sicarios, secuestradores, matar gente”, relata su profesora de canto, Mónica Ruiz: “Hoy su enfoque es diferente, ahora nos dicen que quieren ser maestros para dar clases de música”.

Por increíble que parezca, pese a haber logrado un cambio tan trascendente en centenas de niños y adolescentes, este coro sigue cantando pese a no haber recibido un sólo peso durante este año, puesto que la Secretaría de Gobernación (Segob) cerró este proyecto adscrito al Programa Nacional para la Prevención del Delito, debido a que el Poder Legislativo lo dejó sin recursos en 2016 al aprobar el presupuesto de egresos 2017.

En 2013 este programa fue la estrella de la administración federal que tenía por objetivo contrarrestar (con proyectos sociales, deportivos y culturales) los altos índices de violencia registrados en mil 67 colonias del país. En 2014 se desató una de las crisis de seguridad más graves en la historia michoacana, entre la lucha contra Los Caballeros Templarios y el surgimiento de las autodefensas.
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En medio de aquel caos nació el proyecto del coro que hoy cuenta con más de mil integrantes, entre niños y jóvenes de seis a 20 años que tocan un instrumento o cuentan con voces soprano, contralto, tenor y bajo para cantar arias de ópera en italiano, obras corales en latín y alemán, así como canciones populares en español. Talentos que fueron seleccionados de zonas rojas que requerían reestructurar su tejido social para garantizar un mejor futuro para ellos y la entidad.

Luis Josué Soto, director artístico del coro, es responsable de que estos mil niños no hayan tirado la toalla como lo hicieron los diputados, senadores y funcionarios federales cuando los dejaron a la deriva económica: “Pero hay un compromiso serio por parte del gobierno del estado y del Secretariado Ejecutivo del Sistema Estatal de Seguridad Pública para sostener el proyecto y cumplir con nuestros salarios antes de que acabe el 2017. Soy hombre de fe y confiamos en la palabra del gobernador Silvano Aureoles. Desde hace cinco meses estamos en la gestión del trámite de pagos. Habernos dicho hace un año que el proyecto se cerraba porque no había dinero fue una postura bastante cómoda. Y perdón, pero yo no pude tirar el arpa. Por eso sigo aquí”.

Cantar en el limbo

Hace frío en la Escuela Secundaria Federal Número 9 ubicada en la colonia Prados Verdes. Desde fuera se escucha el bullicio escolar, como si los niños y adolescentes que aquí estudian fuesen ajenos a los grafitis que “decoran” las viviendas y calles aledañas, donde lo mismo hay narcomenudeo, pandillerismo, peleas callejeras, vandalismo y rumores sobre casas de seguridad propiedad de secuestradores. Un letrero pegado en la entrada del plantel llama la atención: es la fotografía de una madre y su hijo quienes fueron vistos por última vez cuando salieron juntos de una primaria ubicada en la colonia Ampliación Pino Suárez. No se les ha vuelto a ver.

Adentro, el auditorio escolar es un limbo para un grupo de 100 niños que guardan sus tortas y sándwiches, alistándose para otro ensayo del coro con el maestro Luis Josué y la profesora Mónica, una cantante de ópera egresada del conservatorio del estado quien rechazó una oferta de trabajo en Alemania para quedarse en Morelia y dedicarse a la docencia musical. Con su piano portátil inicia con las escalas musicales mientras instruye a sus niños “respiren… ¡derechitos!... que salga bien la voz”. Y las voces infantiles salen, jugando entre notas conforme ella ejecuta La Bikina o el Cielito lindo.

Mitzi Yoali es una de sus alumnas. Tiene apenas 13 y pasó por dos experiencias complejas: un secuestro que presenció en la calle y una invitación al consumo de drogas. Ser parte del coro le gusta porque tranquiliza sus nervios y le enseña a moldear su carácter fuerte. “Yo creo que estar aquí es una ayuda para prevenir cualquier tipo de droga y violencia. Cantar es algo muy emocional, despierta muchos sentimientos, me tranquiliza”.
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La profesora Mónica (mano derecha del director artístico) aprovecha la reunión para anunciar a sus alumnos que en los próximos días tendrán una presentación de fiestas decembrinas, y los niños se emocionan porque cantarán frente a las autoridades del estado que aún no liberan el pago de sueldo de quienes sostiene su educación musical. Un total de 12 integrantes además de sus titulares: tres maestros de canto, dos de guitarra, cuatro sicólogos y un equipo técnico de sonorización en caso de conciertos y recitales.

“Si ustedes hubieran visto cómo llegaron nuestros primeros integrantes”, relata la profesora Mónica a EL UNIVERSAL. “Los niños decían que de grandes querían matar gente y ahora, tres años después, quieren ser maestros de música”.

No fueron los únicos casos. Charlar con ella o con el profesor Luis Josué implica tomar nota del listado de duras anécdotas con que arrancaron aquel primer año de trabajo: alumnas abusadas sexualmente por sus padrastros, un niño con intentos suicidas, hijos de padres asaltantes, un adolescente ladrón, una menor de edad alcohólica o víctimas de maltrato.

“Al principio les veías la mirada triste, sus rostros de inseguridad, de poco valor a sí mismos. No cantaban y llevaban la timidez por delante”, describe la maestra: “Pero aprendí del profesor Luis Josué que la filosofía con ellos tenía que ser educación y disciplina amorosa”, señala.

Balmick Medina no lo sabe porque apenas tiene un año en este coro, que lo mismo dio un recital en Bellas Artes que cantó al papa Francisco durante su visita a México hace casi dos años. Pero él lo siente a sus 13 años, cuando relata su historia en tres líneas. “Cantar me ayuda a desahogarme porque mis papás se divorciaron. Cuando respiro, saco la voz y las notas, siento felicidad; mi enojo y tristeza lo canalizo en el canto. Si no fuera así, hubiera canalizado estas emociones con la violencia”.

Alumna y maestra

Andrea Cuevas, una de las primeras voces de este coro, se distingue cuando canta un fragmento de “O fortuna” de la cantata Carmina Burana. El profesor Luis José detectó que tenía habilidades para enseñar canto a los niños de la primaria Ignacio López Rayón, de la colonia Precursores de la Revolución, ubicada en una zona de pandillas juveniles. Así que formados en el patio, los niños cantan al compás que marca la profesora Mónica mientras que Andrea, de 19 años de edad, camina entre ellos corrigiendo posturas y entonación.

“Son 100 niños en total. Trabajo con ellos por separado, para ir detectando sus errores y aciertos y saber corregirlos. Creo que les gusta estar aquí porque siempre me dicen ‘¡maestra! ya quiero que sea la próxima semana para que nos toque coro’. Si detecto que alguna canción les gusta mucho, lloran o se ponen inquietos, los paso con la sicóloga que trabaja con nosotros porque es una señal de algo”.

Es así como el profesor Luis Josué ha convertido a algunos alumnos en jóvenes docentes que, con apoyo de sus padres, han sobrellevado estos casi 12 meses sin sueldo. “No le voy a mentir, en este tiempo he aprendido a vivir de préstamos y de agotar las tarjetas de crédito porque me siento comprometido con estos niños”, precisa el director artístico.

Son las cinco de la tarde en el Museo de Arte Contemporáneo donde se llevará a cabo un ensayo general de vocalización.

Presenciar un ensayo formal con orquesta, significa estar en un concierto con boleto gratuito. Aquí están los frutos de las semillas que han sembrado en ellos sus profesores, quienes cambiaron sus vidas para darles una mano y sacarlos del infierno donde crecían. “¡Coro, los quiero alegres!”, les dice su director artístico sonriente, motivador y confiado.

“La seguridad no sólo se resuelve con contención y estrategias de detención. El arte y la música son formas de prevención ¡Por eso no he tirado el arpa! Le estamos ganando la guerra, no al narco ¡sino a la indiferencia!”

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