Han surgido muchos mitos y leyendas urbanas alrededor del coronavirus: que si lo inventaron en China, que si lo inventó Bill Gates (¿para qué?, yo no lo sé), que si las neuronas se mueren cuando nos toman la temperatura y que estamos intoxicándonos con nuestro dióxido de carbono por usar el cubrebocas (pero ni quién se queje de la calidad del aire en su ciudad).
Dentro de todo el torbellino de información, desinformación, sugerencias de la Organización Mundial de la Salud y paparrucha y media que corre por redes sociales, en México hay una figura a la que ya nadie, absolutamente nadie le cree: el Gobierno Federal y todas sus instancias, incluida la Secretaría de Salud, máxima autoridad en materia sanitaria y epidemiológica.
Ni el peor programa de Televisa tiene una audiencia tan baja como las ya cansinas conferencias de prensa sobre el coronavirus. ¿Cómo lo sé si nunca las he visto? Porque cada vez más gente se pasa por el arco del triunfo las recomendaciones, nadie se espanta por las cifras y se han convertido en un circo de dimes y diretes que sólo confunden a la gente: “No es recomendable usar cubrebocas”, “Se recomienda usar el cubrebocas”, “Por favor, quédate en casa”, “Es hora de volver a la nueva normalidad”. De normal no tiene nada, excepto la total indiferencia de los mexicanos.
Si acaso en un momento se les tuvo respeto a las autoridades en esta batalla, se ha perdido. Y como no han sabido controlar la pandemia desde el momento en que los primeros contagios llegaron en vuelos identificados desde el extranjero, después de más de cuatro meses de destrucción de empleo, de semáforos confusos, de ciudadanos saltándose todas las medidas de seguridad, ahora son ellos los que quieren voltear la tortilla.
Ya no basta con la realidad de que sí los mexicanos no respetan nunca ninguna norma, que la gente sigue creyendo que el “bicho” no existe y entonces no usan el cubrebocas. Ahora es culpa de los obesos, diabéticos e hipertensos, porque se les dijo que eran población de riesgo. ¡Claro! La culpa la tiene la dieta. Pero el siempre listillo gobierno cree que se nos olvida que son ellos los que permiten la venta de productos tan dañinos como las papas fritas y los refrescos, que no imponen un reglamento alimenticio para la educación básica, que el etiquetado en México es confuso y no es verdadero.
Al final, sí son ellos los responsables de que los mexicanos no se enteren de con qué tapan sus arterias. Y llevamos muchos años siendo el país más obeso del mundo. No es cosa del virus. Que no se quieran ellos lavar las manos por su ineptitud ante una pandemia que ya se ha llevado a más de 40 000 mexicanos.