El líder de la Unión Tepito, Pedro Ramírez Pérez, alias El Jamón, acabó convertido en un vampiro. No abandonaba el fraccionamiento cerrado en el que se había refugiado, sino hasta las dos o las tres de la madrugada. A esa hora se reunía en bares con sus operadores, recibía dinero y giraba instrucciones. Regresaba a su domicilio antes de la salida del sol.

Para no ser ubicado, evitaba a toda costa hacer llamadas telefónicas. Solo encendía su celular de madrugada, durante unas cuantas horas. Unas semanas antes de su detención, El Jamón había ordenado el asesinato de uno de sus colaboradores, el vendedor de drogas Víctor Alor, El Alor, a quien había detectado en tratos con su mayor enemigo: Jorge Flores Concha, El Tortas, líder de la Fuerza Anti-Unión.

Tras la cascada de muertes y detenciones que sacudió a la Unión Tepito en los últimos meses, El Jamón temía que sus hombres cambiaran de bando. Creyó que la muerte de Alor serviría de escarmiento. Sicarios bajo sus órdenes citaron al Alor en el Sonora Grill de Narvarte, con el pretexto de ofrecerle un negocio de 50 mil pesos. Otro cómplice, que tenía la instrucción de ir “disfrazado de oficinista”, se acercaría desde una mesa contigua y le dispararía al vendedor de droga en la cabeza.

El plan, no se sabe bien por qué, tuvo que ser abortado. Pero al Alor lo acribillaron a principios de mayo en Iztapalapa: los gatilleros del Jamón le llamaron por teléfono para invitarle unos tacos: cuando él salió de la casa de su novia para acudir a la cita, un desconocido se acercó de frente y lo cosió a tiros.

Apartado del trabajo en campo, El Jamón delegó la operación de la Unión Tepito en uno de sus hermanos, José Alberto, apodado El Chepe. La Agencia de Investigación Criminal (AIC) de la Fiscalía General de la República cree que El Chepe fue herido en el estómago en un enfrentamiento, y que tuvo que ser internado en un hospital, bajo una identidad falsa. Las últimas semanas fueron difíciles para El Jamón. De acuerdo con investigadores de la AIC, salía solo por las madrugadas a bordo de un Vento, y lleno de desconfianza visitaba sitios en los que acordaba con el sicario encargado de manejar las células armadas de la Unión en la ciudad: un sujeto apodado El Lenin.

Dos agentes de la AIC, que fingieron ser una pareja de recién casados, rentaron una casa en el fraccionamiento en que vivía Ramírez Pérez, y se mudaron “con todo y perro”. El fraccionamiento cuenta con vigilancia privada y sistema de cámaras: los encargados de custodiar la entrada toman fotos de los visitantes, y de sus licencias de conducir.

Aunque solía desplazarse con extrema cautela, El Jamón era fácilmente identificable. Solía vestir de blanco de pies a cabeza, pues estaba en vías de convertirse en Babalao, sacerdote de la santería capaz de conocer el pasado, el presente… el futuro.

La AIC lo siguió varias veces hasta un domicilio de la colonia Agrícola Oriental, en el que acostumbraba reunirse con su padrino, y del que con frecuencia entraban y salían otros santeros. Aquella madrugada, El Jamón no pudo adivinar el futuro. Sus falsos vecinos habían logrado colocar un GPS en su vehículo. La AIC advirtió cuando El Jamón regresaba. Lo vieron entrar. Esperaron a que se instalara.

El operativo inició a las 3:30 de la madrugada, la misma hora en que otro equipo de federales irrumpía en el domicilio de Jorge Flores, El Tortas, líder de la Fuerza Anti Unión.

El Jamón oyó ruidos, se asomó a la ventana, entendió lo que estaba ocurriendo y corrió las cortinas. Acababa de encender unas veladoras y de matar a unas palomas. Un agente dice que había estado rezando en un altar santero ubicado en la planta baja.

Tenía muebles aún empaquetados, una cocina grande y lujosa en la que no había rastros de actividad.

Amparado en una red de corrupción oficial que le facilitaba información sobre operativos, y eliminaba indicios cuando su gente era puesta a disposición de las autoridades, El Jamón había tendido una estela de sangre en Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Venustiano Carranza, Azcapotzalco, Gustavo A. Madero, Benito Juárez, Iztacalco, Iztapalapa, Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Coyoacán, Naucalpan y Atizpán.

Cuando vio que habían llegado por él, solo se le ocurrió preguntar si era El Lenin el que lo había traicionado.

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