La noche que Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones presidenciales invitó a su casa a cenar a un puñado de personas. Entre ellos, estaba Daniel Chávez Morán, dueño del emporio hotelero Vidanta y quien desde hace años había estado cerca del futuro presidente de México.

Esa, su noche de gloria, en el brindis, López Obrador tuvo palabras elogiosas para Chávez: contó a los asistentes —muchos no lo ubicaban bien— que era un empresario que empezó desde abajo, que se volvió un magnate sin estar vinculado a escándalos de corrupción y que su negocio nunca dependió de los gobiernos. Lo presentaba como un ejemplo a seguir.

Desde esa noche, quedó claro que Daniel Chávez jugaría un papel central en la administración de López Obrador.

Sagaz en los negocios, el dueño de Grupo Vidanta había logrado construir su fortuna lejos de los reflectores. Incluso ni vive en México. No es que no tuviera relaciones con el poder en sexenios anteriores. Las tenía y muchas: cuentan que lo vieron en Los Pinos de Peña Nieto con frecuencia.

Pero nada como lo que vendría de la mano de su amigo tabasqueño. Habían sido cercanos desde hacía tiempo. Lo había apoyado en todas sus aventuras políticas buscando la Presidencia de México. Por años el enlace entre ambos, para evitar suspicacias y persecuciones, fue César Yáñez, quien por décadas se desempeñó como brazo derecho y brazo izquierdo de López Obrador.

Tras el triunfo electoral de 2018, muy pronto se supo del peso de Daniel Chávez: cuando un grupo de poderosos hombres de negocios le propuso al presidente crear el Consejo Asesor Empresarial y llegaron con una lista de nombres, López Obrador pidió que incluyeran a su amigo Daniel.

Fue inevitable que Daniel Chávez, por más que huyera de los reflectores, terminara siendo conocido. Más aún cuando el presidente le encargó, casi al inicio del sexenio, rescatar el proyecto del Tren Maya que ya desde entonces tropezaba. Luego le pidió ayuda con la venta del avión presidencial, luego con la (no) rifa. Chávez siempre estuvo ahí.

Desde hace cuatro días, Daniel Chávez tiene todos los reflectores encima. La misión más importante que le encomendó el presidente López Obrador no fue el Tren Maya, sino aparentemente montar un esquema para dar la impresión de que su hijo José Ramón trabaja en Estados Unidos. Fracasó este intento de desacreditar las investigaciones sobre la inexplicable vida de lujos de López Beltrán . Y ahora, con la lupa encima y después de que el presidente dijera que no tiene ningún negocio con el gobierno, a Daniel Chávez le aparece de todo: un aeropuerto con Banobras, un parque solar con la CFE, una playa que le concesionó Semarnat, y cosa de 100 otras concesiones y licencias de las que se ha beneficiado en los primeros tres años de este sexenio.

En términos de imagen pública, le salió carísimo el intento de ayudarle al presidente en el maquillaje de la realidad para esconder la “casa gris”. Quizá hoy, este exitosísimo empresario, dueño de gigantescos complejos hoteleros en todas las playas importantes del país, ha de estar pensando: estaría mejor sin López Obrador.

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