Por estos días se incurre en el error de suponer que mirreyes y fifís son las mismas personas.

En realidad, un muro inmenso e infranqueable les separa. En lo que toca a privilegios, poder de compra, ingresos, estilo de vida, impunidad y ostentación, son abismales las diferencias entre los habitantes del Mirreynato, que moran en el penthouse de la sociedad, y los residentes de Fifilandia, que viven varios pisos abajo.

Mientras el fifí es el empleado que cuida la entrada del bar, el mirrey es el dueño del antro que observa la calle, quitado de la pena, desde su ventana panorámica.

Bajo cualquier circunstancia o contexto ésta es la regla: a los mirreyes no se les toca ni con el pétalo del discurso.

Los mirreyes continúan apartados de la acción de la justicia porque los actos de corrupción que dieron origen a su fortuna han quedado perdonados.

A los mirreyes les tiene sin cuidado dónde se construya el aeropuerto, porque ellos disponen de hangares y aviones particulares.

Los mirreyes están felices porque en su país pagan menos impuestos que en ningún otro; porque pueden heredar sin que nadie les haga un descuento, y porque pueden especular sin que Hacienda venga a molestarlos.

Las colonias donde viven los mirreyes jamás son señaladas, no aparecen, no se mencionan, no se cuestionan.

A los mirreyes nadie les redujo el sueldo porque no necesitan uno, y sobre todo porque, salvo excepciones, menosprecian el oficio del burócrata.

A los mirreyes les tiene sin cuidado la (bien o mal) llamada reforma educativa porque su existencia y la de sus hijos transcurre a muchos kilómetros de la escuela pública.

A los mirreyes la amnistía les aburre porque están acostumbrados a ella; tampoco les preocupan los derechos humanos porque los suyos, pase lo que pase, siempre están a salvo.

Los mirreyes andan de fiesta porque no han sido siquiera rozados por los vientos de la transformación.

En cambio, escaleras abajo —en los niveles de la construcción social donde se localiza Fifilandia— las cosas marchan muy distintas.

Se ha puesto de moda cuestionar todo cuanto tiene que ver con las personas señaladas por su identidad fifi, tengan o no conciencia de ella.

Si leen el diario equivocado, si escuchan la estación incorrecta, si viven en la colonia inadecuada, si la cigüeña les entregó cromática clara, si son liberales, si son conservadores, entonces un dedo flamígero los acusa de manera implacable.

A tiro por viaje se ridiculiza a Fifilandia, se le agravia, se le emplaza a tomar plena responsabilidad por todos los males que aquejan a la sociedad.

A diferencia del plácido mirrey, la persona fifí es representada como el peor enemigo del pueblo.

El fifí que vive de su sueldo, el fifí que sufre la desinversión, el fifí que trabajaba para la burocracia, el fifí que hace largas colas a la hora de cobrar su ahorro para el desempleo, el fifí que alguna vez se dio tiempo para participar en la sociedad civil, y que ahora se descubre detestable y de derecha.

¡Oh fifí malhadado quien, por iluso, creyó que un día contaría con un aeropuerto de primer mundo y hoy mira con resignación hacia otro lado!

Porque la arbitrariedad así los decidió, Fifilandia debe pagar por los pecados, por las desigualdades, por todas las equivocaciones: estamento condenado, sobre todo, porque el Mirreynato es intocable.

ZOOM: el grado de igualdad en las sociedades contemporáneas depende del tamaño de su clase media, esa que en mi país está siendo fuertemente estigmatizada.


@ricardomraphael

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