No tengo una respuesta al porqué el partido del gobierno muestra dos caras tan contrastantes. Es para mí un enigma que, mientras en el poder legislativo un hombre con el peso y la autoridad moral de Porfirio Muñoz Ledo advierte sobre el verticalismo que impera en las decisiones de la bancada, dos de las aspirantes a dirigir el partido puedan librar batallas políticas sin cuartel sin que venga una señal desde Palacio. Es, en efecto, un enigma que el Presidente de la República haya decidido aniquilar en los hechos la autonomía de sus fracciones parlamentarias al imponerles no solamente el nombramiento de la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos, sino forzarlos a aceptar, sin mover una coma, su presupuesto y ahora tratar de silenciar las voces críticas por el tratamiento poco hospitalario que les damos a los migrantes.

Debo decir, de entrada, que la voz de Porfirio se oye mucho más que la de todos quienes la intentan acallar, pero el propio legislador de la mayoría alertaba sobre los riesgos regresivos que esta disciplina acrítica de una bancada puede generar en la vida del país. Que conste que no se los advierte ni un conservador, ni un politólogo de IDEA; se los dice un hombre que ha dejado los últimos 40 años de su vida en la lucha por democratizar el país. Una bancada incondicional del Presidente lejos de enriquecer la vida pública, refuerza la tendencia al presidencialismo imperial que tanto daño causó en el pasado a este país.

Para los liderazgos parlamentarios no es cómoda la situación, en especial para Ricardo Monreal, quien busca por todas las vías mantener una autonomía de criterio, a mi juicio, saludable y enriquecedora. Apoyar a un gobierno no significa jugar nuevamente el papel que el PRI durante años cumplió como caja de resonancia de lo que el Presidente decía. Llegamos a extremos tan vergonzosos como que el mismo grupo que rechazaba el GATT después lo aceptaba con beneplácito acatando, en uno y en otro extremo, los cambios de criterio presidenciales. No es fácil para ningún legislador de izquierda el alineamiento del gobierno con Donald Trump. No debe ser cómodo aceptar que el gobierno mexicano sea una pieza clave en su campaña para la reelección. Pero es lo que tenemos en la política real y lo mínimo que se podría esperar es que aun reconociendo las asimetrías pudiesen, por lo menos, ventilarse las inconformidades. Esa incondicionalidad de tener que sonreír hasta cuando eres políticamente humillado no es propia de un partido democrático.

Ahora bien, esta disciplina que el propio Muñoz Ledo calificaba de soviética, está totalmente ausente en la lucha por la dirección del partido. Es cuando menos impactante ver las descalificaciones que las dos principales aspirantes se propinan una a la otra con la distante connivencia del Presidente quien no parece querer poner un alto a esta disputa. Contrasta que la disciplina impuesta sobre las bancadas no tenga su correlato en el partido y su amable sugerencia de elegir dirigente por encuesta ha sido olímpicamente ignorada. Es un enigma para mí que esto ocurra, pues si en algo se han distinguido los militantes y propagandistas de la 4T es defender todo, absolutamente todo lo que diga el Presidente y, sin embargo, en el caso de la dirigencia de su partido es como si hablara la carabina de Ambrosio.

No lo entiendo porque finalmente uno de los instrumentos más importantes para la 4T es garantizar que el partido más joven del sistema y que estaba llamado a renovar la partidocracia, reproduzca lo peor de sus antecesores, el PRI y el PRD, ante la inacción del ejecutivo. Como primer morenista del país, el Presidente no puede eludir su responsabilidad para institucionalizar y ordenar esa sucesión y si quiere elegir sanas distancias sería mucho más saludable que concediese autonomía de criterio a la fracción parlamentaria y no silenciar a quienes, desde la lealtad política de sus ideales, señalan desviaciones. En fin, enigmas tiene la política.

 

Analista político. @leonardocurzio

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