Arrancan las campañas con conceptos más o menos claros. Los más evidentes tienen que ver con el grado y profundidad de los cambios en la estructura económica y energética. Insisto, para el mí el gran dilema será ese. Si la izquierda (Morena) triunfa y pone en marcha su proyecto energético, difícilmente será compatible con la estabilidad macroeconómica en el corto plazo, pero puede ser el principio de un cambio para que el país desboque en lo económico. Está visto que seguir haciendo lo que hasta ahora se ha hecho dará como resultado algo muy parecido a lo que hasta ahora hemos tenido: una relativa estabilidad macro con crecimientos inerciales y una desigualdad lacerante.

Los conceptos menos evidentes para mí provienen de la oferta electoral del Frente que integran PAN, PRD y MC y tienen que ver precisamente con su oferta de un gobierno de coalición. Sigo preguntándome por qué la insistencia en vender al electorado cosas tan genéricas como que el presidencialismo es la fuente de los problemas de gobernabilidad del país. A mi juicio, el tránsito de un hiperpresidencialismo (a la Salinas) a un hipopresidencialismo (a la Peña Nieto) dejó al descubierto las debilidades estructurales del sistema dando como resultado un juego de impotencias. Me explico. Antes se decía que los gobiernos locales (y el federalismo en general) no despegaban sus capacidades porque el presidencialismo (con sus facultades constitucionales y las meta también) les impedía florecer. Llevamos 20 años de presidentes acotados sin que el federalismo dé sistemáticamente mejores gobiernos. Ya son muchos años desde que Rosario Robles le plantó cara a Zedillo desde el frente perredista y de que Bartlett y Madrazo lo desafiaran desde sus propias filas como para que la musculatura institucional de los gobiernos locales fuese, si no apolínea, por lo menos bastante vigorosa para sostener el día a día con mayor eficiencia. El saldo, ¡ay de mí!, es fatal para ambas partes. Los gobiernos locales están en zona de desastre y el Presidente conserva un ceremonial muy vistoso y partidas presupuestales para ganar voluntades tanto en el Congreso, la estructura territorial como en los medios, pero con capacidades muy limitadas. No poder terminar una obra como un tren de cercanías México-Toluca (no son más de 70 km) en un sexenio o resolver el caso de normalistas desaparecidos en Iguala habla más de las debilidades de una oficina que de sus capacidades, y eso lo tiene que considerar el próximo inquilino de Los Pinos.

El Presidente en México pierde aprecio popular porque su actuación sólo toca al círculo en el que puede influir con buenas (o no tan buenas) artes. Para el común de los mortales, la acción del gobierno se resume en precios de energéticos, servicios públicos e infraestructura (ya vimos nuestras autopistas atestadas y los centenares de vuelos retrasados en semana santa), y por más propaganda (con una hermosa voz que nos invita a hacer las cuentas), la realidad es que la vida no cambia demasiado. La inseguridad sigue siendo la nota dominante y la impresión es que ni queriendo atender el problema (como lo hizo Calderón) ni queriendo minimizarlo (como lo hizo esta administración) el Presidente puede cambiar dramáticamente las cosas sin el concurso de nuevas instituciones.

Por supuesto entiendo que para el Frente, que es un matrimonio como el de Francesca da Rimini en el que se dio la mano por razón de estado y no por amor, las distintas fuerzas estén más preocupadas por la parte que les toca del pastel político que por amor. Mancera, al dejar el cargo, parecía más entusiasmando con la posibilidad de ser el jefe de gabinete del próximo gobierno que propiamente por el triunfo de Anaya. Pero al mismo tiempo me pregunto si ese es el diagnóstico correcto para el país. Me parece que el gran tema sigue siendo una reforma administrativa de gran calado que haga más eficiente la administración pública. En todo caso, si los del Frente creen que el modelo operado en la ciudad de México de repartirse por cuotas la Asamblea es la solución para el país, me parece que mejor lo dejamos como está, porque no funciona muy bien, pero en la capital los niveles de opacidad e ineficiencia no son una fuente de ejemplo para nadie.

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