Un grupo de personas fueron fusiladas en Michoacán. Los elementos de prueba empiezan a apuntar en la misma dirección: las pusieron contra una pared y abrieron fuego contra ellas. Desde que comenzó a circular en redes sociales el video, el presidente trató de minimizar el hecho. En vez de hablar de fusilamiento, habló de enfrentamiento, como si hubiera sido un fuego cruzado entre dos bandas del crimen, algo mucho más usual que la crueldad del paredón contra civiles. López Obrador desdeñó el número de víctimas y aportó como prueba principal que no había cadáveres: “sí hay evidencias de que hubo un enfrentamiento, hay casquillos, creo unos restos, pero no los cuerpos”.

Dos días después de ese intento por minimizar la realidad, esta película de horror parece más completa. Ayer entrevisté al gobernador de Michoacán, el morenista Alfredo Ramírez Bedolla, quien afirmó que en todo caso, el enfrentamiento se habría dado antes, y que las personas sí fueron fusiladas: “todo indica que así ocurrió. Las imágenes son claras y no podemos negarlas”.

Lo ocurrido en Michoacán es una radiografía de la derrota del obradorato:

Porque frente al fusilamiento, la respuesta del presidente es pedir al cártel presuntamente involucrado que por favor se cambie el nombre para que no se llame Jalisco...

Así, ante la masacre, López Obrador actúa como un gerente de marketing. No quiere acabar con los cárteles sino pelear por el reconocimiento de marca. Para las ejecuciones, su solución es el rebranding.

Se entiende: en un gobierno de saliva lo único que importa son las palabras. Pero conforme avanza la administración, las frases van quedando huecas. Si el pañuelito blanco de la corrupción ya está manchado y roído, el mantra de “abrazos, no balazos” se ha quedado como una frase vacía. “Abrazos, no balazos” nunca fue una estrategia, fue un slogan.

Estrategia no hay. Hay hipermilitarización, continuidad de lo hecho por los expresidentes Calderón y Peña Nieto, mezclada con el “dejar hacer, dejar pasar” a los altos capos de la droga. A fin de cuentas, este es el presidente que liberó al hijo del Chapo Guzmán —por el que hoy Estados Unidos ofrece 5 millones de dólares— y agradeció a los integrantes de la delincuencia organizada que se portaron muy bien en las elecciones, en las que a nivel estatal arrasó su partido. Hoy, Morena enfrenta un doble estigma: a nivel general, la sospecha de que el narco operó políticamente a su favor y por eso logró triunfar en el corredor del Pacífico; y a nivel particular, a partir de la ejecución del empresario Sergio Carmona Angulo, presunto rey huachicolero, denunciado como uno de los principales financiadores del partido en el poder.

El presidente se ríe. No hay nada que cause risa.

SACIAMORBOS

En medio de tanta guerra intestina, ¿será que alguien haya videograbado en ese lujoso departamento de Polanco en donde se recogieron tantas y tan millonarias “aportaciones”?

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