WASHINGTON, D.C.- Por goteo, en un agónico final de fotografía a velocidad de “cámara phantom”, el demócrata Joe Biden va acumulando votos electorales que lo acercan al sueño de sacar a Donald Trump de la Casa Blanca. Simultáneamente, en una reacción desesperada, el presidente en funciones denuncia fraude electoral y emprende una estrategia de judicializar la elección pidiendo que se detenga el conteo de votos en algunos estados y que se acelere en otros.

La conversación política es que es sólo cuestión de tiempo para que se haga oficial el conteo a favor de Joe Biden, y que Donald Trump no aceptará la derrota. Se habrá cumplido el escenario más probable: una noche electoral sin resultados, varios días en el conteo, el voto popular a favor de Biden y el presidente Trump quejándose de fraude alentando un conflicto postelectoral.

Sin embargo, aún perdiendo la elección, a Donald Trump le fue mucho mejor de lo que se esperaba. Los promedios de encuestas marcaban que perdería el voto popular por 6 o 7 puntos porcentuales, y terminará perdiéndolo por 2%. Se esperaba una elección competida, pero su porcentaje de votación fue superior al esperado.

Desde mi punto de vista, esto es una gran noticia para el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Primero, porque no creo que Biden —si se confirma su victoria— le vaya a pasar una factura muy grande por haber apoyado a Trump. No está entre sus prioridades. Le cobrará, sin duda, pero no mucho.

Y segundo, y más importante, porque los niveles de votación alcanzados por Trump revelan que hay un enorme sector de la población —la mitad del electorado estadounidense— impermeable a los errores de su líder y a las evidencias de su mal gobierno.

Tanto Trump como AMLO han minimizado la peligrosidad de la pandemia, despreciado a la ciencia, rechazado el cubrebocas, inventado tratamientos, y por todo ello, han causado miles de muertos y llevado a sus países a colocarse entre los tres peores del mundo en el manejo de esta crisis sanitaria. Son mandatarios que enfrentan acusaciones de corrupción en su familia, a quienes no les importa el medio ambiente, que se piensan tocados por la Historia, que gobiernan atizando la polarización, que insultan cotidianamente desde la máxima tribuna del poder, que acosan cualquier pensamiento diferente, que atacan a la prensa por sistema y que mienten sin control. Trump tiene una crisis por racismo tanto como López Obrador enfrenta una crisis por la inseguridad. Y los dos, una crisis económica.

Un potaje así era como para que Trump fuera vapuleado en las urnas, pero no sucedió.

Este resultado electoral marca la pauta al presidente mexicano para redoblar la estrategia que lo llevó al poder, no para ajustarla. Además, de cara a los comicios del 2021 para renovar la Cámara de Diputados mexicana, él parte con mejores niveles de popularidad que su amigo estadounidense.

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