A todos los mexicanos que hemos tenido la oportunidad de recibir educación básica se nos ha enseñado el Himno Nacional, compuesto por el potosino Francisco González Bocanegra. También se nos ha inculcado el respeto a esta pieza musical, como a los otros símbolos patrios. Pero ha habido fallos dentro del proceso educativo, porque la mayoría de las veces no se contextualiza a las obras artísticas, y nuestro hermoso Himno es una de ellas.

El Himno fue compuesto en 1854, cuando la mayoría de la población seguramente no tenía acceso a muchos bienes culturales y sus niveles educativos eran bastante bajos. Las palabras elegidas por Bocanegra no están al alcance del grueso de la población, pues él tendió por una creación poética elevada, usó figuras retóricas que no todos comprenden y el vocabulario tampoco es de uso común.

Esto ha derivado a que cada lunes, en los patios de las escuelas todos cantemos con mucho patriotismo una sarta de oraciones incomprensibles. Y eso se repite en cada partido de fútbol, en los actos oficiales, en las entregas de premios, etc. Tan es así, que el famoso “Masiosarie” ha pasado de ser una anécdota chistosa a una verdadera vergüenza. En resumen, que no tenemos idea de lo que tan honrosamente cantamos mientras vemos ondear la bandera más bonita del mundo. Y es triste. Porque, como muchas otras cosas, demuestra lo frágil, hueco y poco fundamentado que es nuestro patriotismo.

El himno canta así: “Mexicanos, al grito de guerra,/ El acero aprestad y el bridón/ Y retiemble en sus centros la tierra /Al sonoro rugir del cañón.”. Estos versos nos están invitando a ir al combate, a tomar las armas y que se sienta, hasta el núcleo de la Tierra, que luchamos por nuestro país.

Continúa: “Ciña ¡oh Patria! tus sienes de oliva/ de la paz el arcángel divino,/ que en el cielo tu eterno destino/ por el dedo de Dios se escribió./ Mas si osare un extraño enemigo/ profanar con su planta tu suelo,/ piensa ¡oh Patria querida! que el cielo/ un soldado en cada hijo te dio.”. Aquí dice de forma muy hermosa que es el destino, escrito por el mismísimo Dios, que México salga triunfante siempre, que se corone como el ganador. Y que cada uno de los que habitamos este territorio inmenso, rico en recursos (mal gestionados y explotados), somos guerreros que debemos defenderlo ante cualquier situación o persona que lo ponga en peligro.

¡Cómo no conmoverse! Y eso es solo una parte del Himno, faltan muchas estrofas que no nos enseñan. La reflexión va para largo. Pero por ahora, nos quedamos con estas, porque son muy importantes. Las hemos cantado innumerables veces, y no nos cansamos. Pero somos víctimas de esa falta de atención que arrastramos desde la infancia y que con el paso de los años y el desencanto por las situaciones que vamos viviendo, nos llevan a entonarlas como en piloto automático.

Al grito de guerra al que nos invitan, hacemos caso omiso porque con nuestra apatía dejamos que México se convierta en un país de impunidad. No hacemos guerra ante quienes obran mal, antes las injusticias. Y esas personas son extranjeros y mexicanos. Somos soldados que no atienden el llamado cuando ven que su país está en riesgo constante a manos de políticos y criminales. Y lo peor es que siempre es uno de ellos el que se pone la banda presidencial, ondea la bandera y da un grito. Siempre son los extraños enemigos que con sus plantas profanan nuestro suelo los que terminan llevando a nuestro gran país a la destrucción y la pobreza.

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