El lunes pasado, alrededor de las 5:15 de la madrugada, en el Barrio La Pista, y dentro de su casa, la doctora Masiel Mexía Medina, de 38 años de edad, originaria de Guasave, Sinaloa, y quien desde hace dos años trabajaba en un hospital del IMSS en la comunidad de San Juanito, municipio de Bocoyna, en la Sierra Tarahumara de Chihuahua, fue asesinada de dos disparos: uno en el tórax y otro en la cabeza.

Se presume en la Fiscalía que el sujeto que la agredió lo hizo “simplemente por que sí”. Porque pudo hacerlo, porque se le dio la gana someterla, aparentemente para vejarla sexualmente, y al resistirse ella, habría sido ejecutada con absoluta impunidad.

La doctora era madre soltera y había dejado a su hija de 5 años al cuidado de sus padres en Guasave, para poder cumplir su deseo de ser anestesióloga, sirviendo a muchos de los seres más pobres del país.

La tarde del mismo lunes apareció un sujeto amarrado a un poste, muy golpeado, con un fusil AK-47 a su lado, y con una cartulina donde se leía: “Esto te pasó por haber matado a la doctora y violado una muchacha”.

Se trataría de un sicario al servicio de La Línea, brazo armado del Cártel de Juárez. En la zona se sabe muy bien quién manda ahí. No es cosa nueva: poco antes de que iniciara este sexenio, un comando perpetró una emboscada en el paraje El Nogal, cerca de San Juanito: a las 10 de la noche del jueves 6 de septiembre de 2018, unos 40 hombres cerraron el paso a un convoy de tres patrullas de la policía estatal, donde viajaban 19 elementos. En la agresión, los sicarios utilizaron armas de alto poder y granadas, con las que calcinaron a dos de los cuatro agentes que murieron. Horas antes, justo en San Juanito, habían sido detenidos tres integrantes de La Línea, quienes ofrecieron dinero para que los dejaran ir. Los policías rechazaron el soborno. Ante la osadía de los agentes —negarse a acatar la ley narca— procedió la venganza: plomo por rechazar la plata.

Pero volvamos a la doctora Masiel: “Era una gran compañera, entregada, dedicada, siempre luchó porque hubiera lo mejor para el hospital. Ella empezó como médico general, después hizo la especialidad, y ya tenía un año ejerciendo aquí como anestesióloga”, contó Maylette Medrano, amiga y compañera de Masiel, en declaraciones a N+.

Como periodistas creo que debemos replantear nuestras narrativas para priorizar las historias de las víctimas. Para decir fuerte y alto que perdimos a una anestesióloga muy valiosa. Una mujer que sacrificó tanto para ir a una zona peligrosa a salvar las vidas de muchos de los mexicanos más marginados.

Ante la helada e impersonal cifra de la muerte de una mujer más, los malvados ganan. Eso es lo que quieren, que Masiel sea un silencioso número adicional, la violencia normalizada.

Cristina Rivera Garza, con El invencible verano de Liliana (Random House), libro dos veces premiado (el Xavier Villaurrutia y el Rodolfo Walsh), que recrea la vida de su hermana, víctima de un feminicida, mostró el camino que debemos seguir: darles nueva vida a ellas.

Por el contrario, debemos deplorar peroratas que proponen narraciones que encumbren feminicidas, como esos monstruos que los Felipe Garrido de México idealizan a partir de su monumental y absoluta incomprensión de lo que sucede en este país. Con iniciativas de ese talante, los sicarios ganan. Así que no, desde el periodismo no permitamos que esas frívolas estulticias y esos esnobismos literarios triunfen.

Con el asesinato de la doctora Masiel, Chihuahua muere un poco más, México también, y todos fallecemos colectivamente como sociedad, pero si en cada texto sobre el tema hablamos de ella y narramos su vida, si recreamos sus sonrisas y carcajadas plasmadas en fotografías, si detallamos su valentía, su bondad y su entrega, sus operaciones exitosas y sus pacientes salvados, estaremos combatiendo, aunque sea poemínicamente, esa deshumanización que nos corroe, y que nos viene encegueciendo más y más desde hace tiempo.

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