En unas horas se cumplirá el primer aniversario del cambio de rumbo que México empezó a vivir. Mas, ¿está cambiando para mejor?

El primero de julio de 2018, ocurrió lo que millones de ciudadanos querían: Andrés Manuel López Obrador le dio un giro radical al curso que había llevado el país por casi un siglo y se entronizó como presidente.

Entre los factores que lo explican como el primer izquierdista que accede a ese cargo, está el hecho de que el PRI, tras haber gobernado por siete décadas, abandonó sus compromisos ideológico-político-programáticos de la Revolución y la Constitución y, con el TLC, siguió una marcada tendencia hacia la derecha, junto con el PAN.

En el 2000, eso lo llevó a perder la Presidencia; pero, identificados y aliados en los principios economicistas del neoliberalismo, PRI-PAN compartieron el poder y mantuvieron ese modelo de acumulación, lo que distanció a ambos de la sociedad y avivó el anhelo de cambio.

La posibilidad fue el PRD, pero enfrentó la misma indeseabilidad por seguir la tendencia de hacer de la política un negocio particular y/o grupal, exclusivamente. PRI, PAN y PRD, se aliaron en ese mismo propósito, que se reflejó nítidamente en el Pacto por México.

Esa relación se tradujo en la división partidos vs. sociedad, frente a lo cual sólo quedó AMLO, en lo personal primero, y Morena como partido, después. En ellos se depositó la esperanza de una mudanza verdadera. La ciudadanía la concretó con una votación inédita.

La felicidad político-electoral tantas veces buscada, por fin llegó. México dio un paso decisivo hacia la democracia. En un ambiente de libertad, impugnabilidad y paz, los mexicanos eligieron a su presidente y a muchos representantes del mismo partido al que él pertenece. Con eso, las expectativas eran inmejorables.

En su calidad de presidente electo, AMLO empezó a gobernar de facto desde el momento de su triunfo… y comenzaron los problemas.

El primer conflicto de gran magnitud, con un costo económico, social y político colosal, fue la cancelación del aeropuerto de Texcoco.

López Obrador dispuso la disminución de salarios para que nadie gane más que él; inició un combate frontal contra el robo de combustible, anunció la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas. Animó la creación de la Guardia Nacional y de la Fiscalía General de la República, su batida contra la corrupción no tiene reposo…

En sus acostumbradas conferencias, invariablemente da “la nota”, pero es regla que lo hace con información incompleta, equivocada o falsa, con lo cual muchos de sus propósitos caen en el vacío o no tienen consecuencias. Eso, junto con su proclividad a desmentir la realidad con su postura de que “yo tengo otros datos”, alienta y agudiza la desconfianza y la incertidumbre.

Por eso, debería tomar decisiones que se conviertan en una línea política que muestre a la sociedad que sabe lo que quiere, que tiene claridad hacia dónde lleva al país y que está haciendo lo correcto para lograrlo.

Para que la gente pueda decir: “ha valido la pena el cambio”, debería obsequiarla el próximo día primero con una redefinición de sus estrategias política y de comunicación, y de actitud.

Si tantas veces López Obrador ha dicho que se vale equivocarse porque se es humano, también es pertinente recordar que rectificar es de sabios.

SOTTO VOCE… Encomiable, loable e histórica, la tarea de destrucción de la red de corruptelas que lleva a cabo Rogelio Jiménez Pons en Fonatur. Ese organismo estaba podrido…Justo y merecido reconocimiento del ITAM al abogado César Gutiérrez Pliego, por su brillante desempeño y trayectoria…Alejandro Cárdenas lleva tanta ventaja a sus contrincantes, que su elección como nuevo líder del PRI, es mero trámite.


@mariobeteta

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