La obra de Isaac Asimov es una opción para estimular la imaginación de aquellos que han pensado que los robots dominarán el mundo, si estamos solos en el universo o si se podrá viajar a distancias y velocidades interestelares.

Nacido en Petrovichi, un pequeño pueblo a 400 kilómetros de Moscú, su primer vistazo del mundo se sitúo entre el 4 de octubre de 1919 y el 2 de enero de 1920; el autor tomó esta última fecha como su día de cumpleaños.

En su primer año de vida fue uno de los 17 niños de su aldea que padecieron de neumonía. Sólo él sobrevivió. A sus tres años emigró con sus padres a Estados Unidos y el recuerdo de su origen judío en Rusia no pervivió. Nunca aprendió el ruso y sólo hablaba el yidish que heredó de sus padres.

Su padre tenía negocios de venta de dulces, lugares donde sacó su vena de lector voraz:

"Me acuerdo cómo me jugaba la vida cuando, a los 10 años, robaba los ejemplares prohibidos de The Shadow que estaban debajo de la almohada de mi padre cuando éste dormía la siesta. Le preguntaba por qué él los leía cuando a mí me los prohibía, a lo cual contestaba que los necesitaba para aprender inglés, mientras yo tenía la ventaja de ir al colegio. Aquella razón me parecía pésima, claro”.

Su afición a la lectura y su amor por los espacios pequeños y cerrados le hizo imaginarse a él mismo atendiendo un quiosco en el metro neoyorquino, pasando los días leyendo con el sonido de fondo de los trenes.

En un inicio pensó dedicarse a la veterinaria por el interés que le causaba la ciencia, pero rápidamente cambió de idea después de diseccionar a un gato. Después decidió inclinarse por la química y el estudio molecular. Durante la Segunda Guerra Mundial fue químico naval, aunque por muy poco tiempo, pues comenzó a ganar más dinero al escribir que con su trabajo científico.

A pesar de tener miedo a volar, su vida castrense le dejó sus dos únicas experiencias con los aviones. Más adelante, ya siendo un autor de renombre, se aficionó a los cruceros, viajes donde entretenía a los pasajeros con sus charlas científicas.

El 6 de abril de 1992 falleció a los 72 años por un supuesto fallo cardíaco y renal, pero 10 años después se reveló que murió de sida debido a una transfusión de sangre contaminada durante una operación realizada en 1983.

Asimov escribió durante toda su vida. Dejó tras de sí 500 trabajos literarios, científicos, de divulgación, y nueve mil cartas firmadas; tal vez como si estuviera previendo el final, una frase de su Preludio a la Fundación (1988) sirve como epitafio “Se ha afirmado que Seldon murió tal y como había vivido, pues abandonó el mundo de los vivos con el futuro que había creado desplegándose a su alrededor…”.

Historiador, analista religioso y divulgador

Su gran capacidad intelectual (tenía un IQ de 160, igual al de Einstein) le permitió abarcar una gran cantidad de temas, aunque durante 30 años —entre 1950 y 1980— dio mayor prioridad a la divulgación científica e histórica. Si bien algunos de sus textos han sido rebasados por descubrimientos recientes, su lenguaje directo y sencillo sigue siendo vigente e invita a leer y releer sus libros.

Entre sus obras de divulgación se pueden citar la Guía de la Ciencia para el Hombre Inteligente (1960), la Guía Asimov para la Biblia (1968), dedicada al Antiguo y Nuevo Testamento; Guía de la Tierra y del Espacio (1991), El Cercano Oriente (1968), Constantinopla (1970), Los Estados Unidos desde 1816 hasta la Guerra Civil (1975), La Formación de Inglaterra (1969), El Imperio Romano (1967), Cien preguntas básicas sobre la ciencia (1977), Los Estados Unidos desde la Guerra Civil hasta la Segunda Guerra Mundial (1977), entre cientos de volúmenes más.

Sobre el papel de la ciencia y la curiosidad, que puso de manifiesto en su faceta de divulgador, escribió:

“Los seres humanos pensaban con las manos. Las manos eran la respuesta de la curiosidad. Las manos eran la superficie activa, las manos eran las que tocaban y manipulaban el Universo”.

En una galaxia no muy lejana…

Compactar su producción de ficción es entrar en el terreno de los titanes. Su inclinación como lector siempre fue Agatha Christie, pero también fue asiduo de las aventuras de Sherlock Holmes. Quizá es por eso que sus obras de ficción siguen un patrón definido: un misterio por resolver a través del pensamiento racional y la lógica, lenguaje llano pero cautivador que privilegia el diálogo entre sus personajes antes que la acción.

Su obra mayor es la "Trilogía de la Fundación" o "Ciclo de Trántor", una especie de historia del futuro: la humanidad se ha expandido por la Vía Láctea, millones de planetas son controlados desde un mundo central, Trántor, pero el Imperio Galáctico (el gobierno central) se desmorona.

La historia de la Fundación está recopilada en 16 libros, divididos en tres series:

La "Serie de los robots" o "ciclo de la Tierra", en la cual los robots son los protagonistas, los ayudantes de los hombres en su colonización de los planetas más cercanos a la Tierra. Obras como Yo, Robot (1950), Las bóvedas de Acero (1954), El Sol desnudo (1957), Los robots del amanecer (1983) y Robots e Imperio (1985) pueden ser encontradas dentro de esta serie.

La "Trilogía del Imperio Galáctico": los libros describen la formación del Imperio Galáctico luego de que la humanidad ha descubierto el viaje interestelar y colonizado 1099 planetas. Ésta incluye libros como En la arena estelar (1951), Las corrientes del espacio (1952) y Un guijarro en el cielo (1950).

El "Ciclo de la Fundación", donde relata la creación y caída de la Fundación en su intento de salvar lo que queda del Imperio Galáctico. Dicho ciclo incluye textos como Preludio a la Fundación (1988), Hacia la Fundación (1993, póstuma); Fundación (1951), Fundación e Imperio (1952), Segunda Fundación (1953); Los Límites de la Fundación (1982) y Fundación y Tierra (1986).

Además, están las aventuras de Lucky Starr, el ranger del espacio (1952), ; los dos volúmenes de Viaje alucinante (1966 y 1987), Asesinato en la convención (1976), Cuentos de los Viudos negros (1974), los cien cuentos reunidos en los dos tomos de Cuentos Completos (publicada en 1990 por Doubleday y descontinuada después del segundo tomo de los tres que se habían planeado), y Los propios dioses (1972), el libro más querido por el autor.

Hombre vitalísimo y de sonrisa afable, en algún momento respondió a los lectores que siempre le pedían más ficciones diciendo que “desde luego tiene que haber cierto límite, porque no cuento con vivir eternamente, aunque sí intentaré aguantar cuanto me sea posible”.

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