Coordinación y comunicación, son partes indispensables de una misma estrategia en el ejercicio del poder que, la semana pasada en Culiacán, no sólo no se reflejaron, sino que se expresaron como sus antípodas, con los resultados que ya conocemos.

La primera premisa parte del cenit. En todo gobierno, quien lo encabece debe tener control absoluto de lo que hagan sus colaboradores. La base de esto es el conocimiento, la información acerca de todo cuanto suceda. Esto, es función del Panóptico, que todo lo ve, lo escucha y lo previene para evitar daños al Estado, la entidad a salvaguardar a cualquier costo.

El jefe debe fijar las reglas del juego, haciendo saber que él, y sólo él, con toda la asesoría necesaria, es el que toma las grandes decisiones.

La confianza que deposite en el grupo con el que gobierna, por extraordinaria que sea, sólo debe fundarse en su eficacia y su eficiencia; en su honradez y su lealtad; jamás debe suponer autonomía plena de ninguno de ellos, mucho menos tratándose de decisiones cruciales para el Estado.

El gobernante que no establece indubitablemente la cadena de mando, reiterando su liderazgo con sus actos, se expone a que sus subordinados incurran en errores graves o irreparables, susceptibles de traducirse en un elevado costo para él en distintas dimensiones, y en eventuales perjuicios para la Nación.

Delegar facultades al grado de no saber qué se hace en su nombre, implica compartir el poder, desentenderse de la responsabilidad que conlleva, e incluso perderlo por su no ejercicio personal y directo, lo cual jamás debe hacer.

Un gobernante debe dar la cara por sus acciones y decisiones, no aprobar solamente lo que en su nombre dispongan otros. Avalar en todo, al instante y a pie juntillas a quienes están bajo sus órdenes, conlleva el riesgo de que se sientan con el derecho de hacer lo que sea. Esa práctica, en momentos en que todo es confusión y desconcierto, puede revelarse, con el tiempo, en un yerro susceptible de vincularlo con la comisión de un error, del cual no podrá librarse fácilmente.

Dejar hacer a los demás lo que le corresponde a quien conduce al Estado puede, incluso, convertirse en un sobresalto. Pues quien vea el poder a su alcance, puede no resistir la tentación de tomarlo, aprovechando la ocasión.

La comunicación como segunda piedra angular del poder, máxime si se trata de un régimen democrático, es la transparencia total de toda acción gubernativa. La confusión, el rumor, las versiones contradictorias, las informaciones crípticas, inoportunas, manipuladas, tergiversadas o falsas, sólo tienen como remedio y freno la claridad, amplitud, precisión y oportunidad de la única fuente que debe empeñarse en mantener la confiabilidad: el gobierno. Esta experiencia, con todas sus aristas, así como sus posibles consecuencias, debe servir para reconsiderar y corregir la manera como se ejerce el poder y se conduce al país. Su reedición sería mucho más dolorosa.

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