La Cuarta Transformación no tiene resuelta su relación con la pluralidad. Con todo respeto —como dice el presidente Andrés Manuel López Obrador— sus líderes no suelen ser respetuosos con las voces divergentes.

Se desconfía, por principio, de quien no comparte opinión, de quien no tiene proximidad, no solo ideológica sino personal.

Si algunas organizaciones difieren, se descalifica a toda la sociedad que se organiza; si la prensa disiente, cae bajo sospecha; si una institución defiende su autonomía, revienta la acusación de ser un aparato burocrático inservible; si los partidos se oponen, terminan señalados de retrógrados y conservadores; si los jueces disienten, son calificados de privilegiados; si los investigadores o los especialistas opinan diferente, resulta que los mueven intereses ocultos o sesgados.

Es innegable que en estos ámbitos del espacio público hay expresiones conservadoras. Faltaba más: de eso se trata la pluralidad, de que todas las voces participen en la deliberación y el gobierno de los asuntos que son comunes.

Pero de ahí a suponer que toda la sociedad civil, todos los partidos (excepto Morena y aliados), las instituciones autónomas, la prensa, la academia y la investigación son defensores de la oligarquía, hay una brecha muy grande.

Argumenta el presidente López Obrador que la sociedad organizada estaría secuestrada por intereses contrarios a la sociedad sin organización.

En estas mismas páginas Hernán Gómez agregó que el problema son “los grupos que se han arrogado el derecho de hablar por el conjunto de la sociedad y erigido como un actor privilegiado frente a los poderes públicos.”

Ni el presidente, ni Hernán Gómez mencionan por nombre a esos emisarios del conservadurismo que presuntamente habrían monopolizado el término de sociedad civil.

Nos harían un gran favor en hacerlo porque, con seguridad, no alcanzarían los dedos de las manos para concluir su lista.

Y, sin embargo, es rematadamente falso que esa reducida lista represente a la vastísima sociedad civil mexicana, como también lo es que su respectiva agenda abarque la diversidad de temas, preocupaciones, banderas y demandas de un universo denso de organizaciones que luchan desde muy diversas trincheras.

Son sobre todo sociedad civil las organizaciones dedicadas a los asuntos del barrio, el ejido y la comunidad, las de las trabajadoras del hogar, las que cruzan por las demandas del empleo, la identidad, la discapacidad, el racismo o la discriminación, las que defienden derechos humanos, buscan a los desaparecidos, se ocupan del medio ambiente o vigilan las elecciones, entre muchas otras.

Se equivoca en redondo el presidente al suponer que toda la sociedad organizada es conservadora, y que por tanto solo la desorganizada es de izquierda.

Si en el pasado la sociedad civil ligada a la plutocracia tuvo mayor influencia que aquella que hizo su trabajo a ras del suelo, fue porque en las oficinas del poder los primeros tuvieron derecho de picaporte, mientras que los segundos fueron excluidos.

El problema no son los grupos elitistas sino el guardián que abría y cerraba las puertas de la pluralidad.

Si en el pasado pocos actores de la sociedad eran influyentes, sería muy lamentable repetir de nuevo el patrón, ya no en función de la legitimidad elitista, sino de un ánimo excluyente basado en la desconfianza, la ideología o la proximidad personal.

La pluralidad no es un medio sino un fin en sí misma, una realidad sin la cual ni la libertad ni la democracia pueden sobrevivir.

Antes esa pluralidad no fue equilibrada, pero no vaya a ser que en la 4T termine angostando aún más la puerta, con el pretexto de que todo lo que se organiza es conservador y de derecha, o peor aún, es desagradablemente “liberal.”

ZOOM: Tan liberal como Benito Juárez que, con todo respeto, predicó el derecho ajeno incluso a no ser liberal.

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