Mientras íbamos de camino mi madre comentó que era la primera vez que yo salía de la ciudad en más de un año y medio de pandemia. Yo ni cuenta me había dado. La costumbre también hace que se pasemos por alto muchas cosas buenas por vivir atrapados en la rutina o la maldita “sana distancia”. Todo el camino disfruté muchísimo de la vegetación de la carretera. Fue hasta que llegamos a Santa María del Río cuando por fin me sentí un poco más lejos de casa.

La última vez que acudimos a la Casa del Rebozo era muy distinta a como la encontramos ahora. El taller de los artesanos estaba en la parte superior, y en la planta baja no había mucho que ver, salvo el patio interior y la tienda del DIF. Así que lo visto este pasado fin de semana fue una gran y dichosa novedad.

El costo de entrada al museo es muy económico, y si se es estudiante, maestro o adulto mayor, se tiene un descuento. El recorrido guiado comienza en una genial sala inmersiva que da la bienvenida a los visitantes y presenta la riqueza cultural de nuestro estado. Es una apuesta museística que pocos lugares en la capital han adoptado. Después se hace una introducción a lo que es el arte del rebozo y luego un repaso histórico y explicativo de este arte. La sala está hermosamente montada, y cada elemento hace referencia a su protagonista: el rebozo de Santa María del Río. El personal del museo hace su trabajo con gusto, esmero, amabilidad y mucho cuidado de las medidas sanitarias actuales. Se les agradece mucho el esfuerzo.

El taller de elaboración del rebozo ha sido reubicado. Hay también una pequeña exhibición de otras expresiones artísticas, y una pequeña oferta mezcalera para quien se anime a darle un beso a la ancestral bebida en un hermoso patio abierto que ha quedado muy bien acondicionado. La Casa del Rebozo es otra, es cuidada, limpia y llena de vida.

La exposición temporal “Rebozo de la Diversidad. Orgullo transformado en empatía” fue el principal objetivo de la visita. En una pequeña sala se muestran cuatro rebozos que de forma auténtica y genial han logrado tramar la tradición de la técnica y el arte con los colores de la bandera arcoíris y unos diseños novedosos. Tres de los rebozos muestran el icono de la comunidad LGTB+ de una manera muy evidente, pero adaptada bellamente a una prenda tradicional. Una más lleva la bandera más discretamente, pero grita “orgullo” igual que las otras. Es una muestra genial, atractiva tanto para público del colectivo como para el general. Unos pueden apreciarla con orgullo y con una gran sensación de seguridad y empatía en el espacio, y otros pueden aprovechar para apreciar la apuesta y desarrollar ese respeto que la comunidad tanto exige.

Esta exposición fue inaugurada el 25 de junio, y lamentablemente estará hasta el 25 de julio. Así que quedan pocos días para ir a verla. Ojalá los responsables del museo consideren esta solicitud de extender la duración de la muestra, porque seguro que seguirá atrayendo a visitantes. Que dejen los rebozos fuera un poco más, antes de que, quizá, vuelvan al clóset.

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