Hace unos meses la jefa de Gobierno electa, Claudia Sheinbaum, anunció que se abriría una convocatoria para que diseñadores, publicistas, artistas visuales y plásticos, presentaran propuestas para definir un nuevo logo de identidad de la Ciudad de México.

La marca turística CDMX, que el gobierno de Miguel Ángel Mancera posicionó a nivel internacional, y cuya promoción costó más de 400 millones de pesos, desaparecería, dijo Sheinbaum, como imagen institucional: dejaría de emplearse, por ejemplo, en la papelería oficial, en los programas y acciones de las dependencias capitalinas.

El registro de una marca es una práctica frecuente en las mayores metrópolis del mundo: ayuda a detonar sectores estratégicos que van de la hotelería al ámbito cultural.

Hoy la marca puede sucumbir en medio de la guerra de logos en la que cada administración capitalina intenta imponer el suyo.

En 1523, Hernán Cortés envió al rey de España una carta en la que solicitaba un escudo de armas para la ciudad que acababa de fundar: algo que México “pudiese llevar en sus pendones y poner en su sello”.

La Corona autorizó un emblema que tenía un campo azul de agua, el cual aludía al hecho de que la capital se erguía sobre una laguna. Tenía también un castillo en forma de torre, de color dorado, y tres puentes de cantera —dos de los cuales no tocaban la torre. El castillo representaba la ciudad inexpugnable y por eso los puentes no llegaban a ella. En cada uno de los puentes figuraba un león rampante que simbolizaba el espíritu guerrero de la metrópoli.

A todo esto lo rodeaban diez nopales bordados en oro: representaban los diversos señoríos de Anáhuac, el paisaje que poblaba los islotes de México-Tenochtitlan.

El rey ordenó que el emblema apareciera en pendones, sellos, escudos, banderas, “donde quisiéredes y fuere menester”. Cortés lo mandó hacer con un sastre de apellido Portillo. Costó 17 pesos. De ese modo quedó listo el escudo que presidió durante tres siglos los actos oficiales de la ciudad.

Los embrollos vinieron con la Independencia. El emblema quedó en el centro de la disputa política entre monarquistas y republicanos, liberales y conservadores. A lo largo del siglo XIX fue sucesivamente abandonado y rehabilitado. Si renegabas del pasado colonial, había que enviarlo al cuarto de los cachivaches.

Así lo hizo don Porfirio. El dictador ordenó que tanto en la papelería como en los actos oficiales se empleara exclusivamente el Escudo Nacional. Solo los ayuntamientos que formaban el entonces Distrito Federal recibieron la autorización de emplearlo.

El gobierno de Francisco I. Madero lo desempolvó. Los gobiernos de la Revolución dejaron de usarlo: su escudo oficial rescató la imagen del águila devorando una serpiente. Entre 1929 y 1970 cada administración ensayó logos diferentes. A partir de 1970, el Departamento del Distrito Federal desfiguró el escudo original, hasta dejar solo un cuadrángulo con las siglas DDF.

En los años 70 el cronista Arturo Sotomayor se quejó porque ningún capitalino podía describir su escudo de memoria: asociado a recibos, boletas, prediales, multas, trámites, colas infinitas, nadie lo vio jamás como algo suyo: era un signo heráldico de otro tiempo.

El gobierno de López Obrador volvió a eliminarlo. Introdujo un nuevo logo en el que existían solo ecos prehispánicos: una página estilizada del códice Mendocino, con el águila y el nopal al centro, y de fondo los cuatro barrios de Tenochtitlan.

El modelo fracasó. Marcelo Ebrard desechó el águila e incorporó el Ángel de la Independencia. Miguel Ángel Mancera dejó el Ángel e incorporó la frase “Capital en Movimiento”. Más tarde, su gobierno se olvidó de eso y registró la marca CDMX, muy eficaz en cuanto estrategia de publicidad.

Hoy hay cambio de tlatoani y el ciclo de la destrucción se cumple. Se acaban de dar a conocer las 20 propuestas finalistas del concurso convocado por Sheinbaum. Glifos aztecas, variaciones del Códice Mendocino, símbolos de Huitzilopochtli, águilas y serpientes, grecas mexicas. Nopales, pedernales, y cero alusiones a la otra vertiente de México. Que no haya eco alguno de nuestro linaje virreinal.

Uno de esos 20 logos será el que presida en 2021 las celebraciones por los 500 años del nacimiento de la nueva Ciudad de México.

Se irá a la basura la marca CDMX, se irá a la basura la papelería oficial, el gobierno de la austeridad volverá a pintarlo todo con los nuevos colores. Y su nuevo emblema vivirá eternamente, hasta que entre en funciones el gobierno siguiente.

Mientras tanto, seguiremos fracasando al intentar describir de memoria el escudo que, de nuevo en el baúl de los trastes, acompaña la vida de esta urbe desde 1523.

@hdemauleon

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