Si el nivel educativo promedio del mexicano no es algo de lo cual se pueda sentir orgullo, existen otras cosas que se suman a una cadena de cuestiones preocupantes que afectan a los menores: la mala alimentación promovida por la industria del entretenimiento y que está procurada por un estilo de vida que no da tiempo para llevar una dieta balanceada, la inexistencia de hábitos de sana recreación como la lectura, escritura o el consumo de productos culturales ofrecidos por distintas instituciones públicas y privadas.

Además, de que los pasatiempos sean ver la programación basura de las televisoras en el poder, ‘perrear’, alcoholizarse y consumir otro tipo de sustancias dañinas que los ayuda a evadir una realidad con la cual no saben lidiar y nadie les ayuda.

Aunado a todo esto, los jóvenes están aprendido -gracias a los medios de comunicación- que hay estilos de vida que parecen sueños alcanzables como las mansiones de los narcos y una cantidad ilógica de mujeres, riqueza y lujos que creen que podrían tener fácilmente.

Otra forma de ver la realidad del país es a través de la impunidad y la corrupción que está fomentada por las autoridades, quienes miran al país y se quedan estupefactas e inmóviles.

Como los jóvenes no tienen el mínimo interés en estudiar para buscar una vida decente y un buen futuro, se inclinan constantemente hacia el camino fácil de, según ellos, solucionar las cosas. El pan de cada día en temporada de exámenes (en este caso) es que los jóvenes, en su mayoría hombres, se acerquen y pidan, casi exigiendo, que se les otorgue una calificación aprobatoria porque sí, cuando no tienen mérito alguno en la clase.

Existen también los chantajes: comentan que, a cambio de la calificación, el maestro tendrá algún beneficio fuera de la institución. Y por último, están los que en plan de broma (Que no da risa) sacan el billete de 200 pesos y se ríen descaradamente.

Estas palabras son una carta abierta a todos los profesionales de la educación que se enfrentan con cosas similares. Ojalá respondieran comentando sus experiencias: desde qué edades hacen esto sus alumnos, de qué otras formas buscar librarse de las consecuencias de sus actos, y hasta donde son capaces de llegar.

¿Dónde están los padres de estos estudiantes y por qué no se dan cuenta de lo que hacen sus hijos? ¿No ven todos -padres, maestros, políticos- que la impunidad que impera en México está promoviendo esta forma de pensar?, “Todos se salen con la suya y no pasa nada”, “El que no tranza, no avanza”. Ellos son el futuro del país. Sinceramente, el panorama no pinta nada bien.

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