Nadie pensaba que aquello que se forjaba a finales del 2019 en algún lugar de China (que podría haber sido cualquier otro punto del planeta) traería las funestas consecuencias que todos en este planeta estamos enfrentando, unos en mayor medida que otros. Ese virus es microscópico, y lo que busca es lo mismo que todos nosotros: sobrevivir.

Lamentablemente, a diferencias de los humanos, los virus requieren de un huésped para ello, y éste casi siempre sufre daños a su salud o incluso la muerte a expensas de la reproducción de tan insignificante partícula (porque no son seres vivos, no tienen sino su material genético y su barrera protectora). “Covid-19” o “Coronavirus” es ya la palabra más mencionada en toda la Tierra en apenas tres meses que lleva el 2020.

La historia es o debería ser nuestra mejor maestra. No enfrentamos la primera ni la peor pandemia, pero sí que para los tiempos posmodernos, industrializados y globalizados que vivimos, ha venido a movernos el tapete para darnos justo en las narices y ver todo aquello que no estábamos haciendo bien. Y justamente es esa globalización la que ha fungido de arma de doble filo: lo que hace unos minutos estaba en América, en unas horas puede llegar a Europa, Asia o África; o viceversa, y así podemos convertirnos nosotros mismos en nuestros propios verdugos, cargando una guadaña invisible que atenta a diestra y siniestra contra la vida de propios y ajenos.

Somos testigos de cómo la expansión del virus ha alcanzado rincones remotos del planeta, y cómo las cifras de casos sospechosos, infectados y muertos incrementan minuto a minuto. Como se anotaba arriba, no es la primera pandemia, pero sí es la que hemos seguimos en tiempo real, con cifras y datos en la palma de nuestras manos (lavadas una y otra y otra vez con agua y jabón). Países del primer mundo no tienen espacio suficiente para enterrar a sus miles de muertos. Países tercermundistas no reaccionan eficientemente ante las alertas. Hay mucha información y hay mucha ignorancia. Pero lo peor es la negligencia: es saber lo que ocurre y descaradamente voltear los ojos a otro lado.

Para los mexicanos, no es novedad la postura (deplorable) del presidente Andrés López. No nos sorprenden (en teoría) sus declaraciones ante una situación sin precedentes en la historia reciente. Así que me apoyo de voces extranjeras que viven el encierro, la cuarentena, el temor y la angustia en carne propia, desde sus terrazas. Esta vez es Raquel, una amiga y compañera de camino, ─que desde España ve cómo México se sienta a ver el virus llegar─, quien compartirá su experiencia y sus consejos para enfrentar aquello que sabemos que va a llegar.

¿Cómo te sentiste cuando la cuarentena fue obligatoria y cuando hasta las salidas más básicas como las compras fueron restringidas?

Cuando se decretó la cuarentena, el Gobierno estableció una serie de sectores que se consideraban básicos y precisaban estar abiertos; uno de ellos era el mío, así que me sentí con miedo, miedo a ser de las pocas personas que tenían que subirse a un tren para ir a trabajar; un tren en el que debíamos mantener una distancia de seguridad, pero era imposible, porque éramos muchos los que íbamos a trabajar. Finalmente, nuestra empresa decidió que se establecían unos servicios mínimos, la mayoría de oficina bancarias cerradas, y que, por lo tanto, nos íbamos a casa a trabajar. Pero no todos somos así de afortunados de poder estar cerrados en casa, hay muchos que van a trabajar para mantener los supermercados llenos.

¿Qué piensas que pasará el día que por fin las puertas de las casas se abran otra vez?

Pienso que todo, por desgracia, volverá a la normalidad: no seremos conscientes que la cuarentena habrá pasado, pero que no habremos matado al bicho, como yo le llamo; él seguirá por allí invisible. Los seres humanos tropezamos dos veces en la misma piedra y, con las ganas que tenemos de abrazar a nuestros seres queridos (yo no sé cuándo voy a poder ver a mi hermano o a mis padres) nos saltaremos las medidas de protección (higiene, etc.).

¿Cómo ves a México, a la gente y a las autoridades, frente al coronavirus?

Hace dos días México salió por las noticias; entrevistaban a gente en la calle (a quien podía entender); aún recuerdo una señora en un puesto de comida que decía que si no la mataba el Covid-19 lo haría el hambre. Mucha gente de su país tiene que trabajar para poder sobrevivir.

Las autoridades en España, una semana antes de nuestro confinamiento, permitieron que en todo el país se realizarán manifestaciones multitudinarias para celebrar el Día de la Mujer. Italia, nuestro país vecino, estaba ya en una situación crítica, y aquí, como en el resto de países del mundo, nos pensamos que el Coronavirus no nos va a llegar y, señores: sí lo hace y silenciosamente hasta que ya es demasiado tarde.

¿Cómo comparas la visión de la gente y de las respectivas autoridades ante tal emergencia sanitaria en España y en México?

Creo que esta pregunta también la he contestado antes. Veo a la gente de México y a la de aquí igual: no somos conscientes de lo que puede llegar hacer esto hasta que es demasiado tarde y, por desgracia me incluyo. Al principio del tema, como ya he dicho, piensas que no te va a tocar a ti, que no llegará a tu casa, piensas que no ocurrirá nada por salir a pasear, aunque sea por la montaña, allí no hay aglomeraciones, pero es igual. El problema es que no somos conscientes.

¿Cuál es tu mejor consejo para los mexicanos frente a la pandemia?

Mi mejor consejo es, sería más bien, la aplicación de un refrán que siempre he oído en nuestro país: “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Toda Europa está contaminada, Estados Unidos también. Señores de México, a sus vecinos ya les han cortado las barbas, ya hemos tenido que habilitar en España recintos feriales para poder guardar a nuestros muertos; en residencias de ancianos se han encontrado a abuelos muertos en sus camas conviviendo con los vivos. Al bicho se lo mata con prevención. Nosotros no lo hemos hecho, pero vosotros, es posible, que aún estéis a tiempo.

Es muy duro no poder salir de casa, es duro tener que ir a comprar solo, hacer cola para que te dejen pasar, no saber si has podido infectar a tus familiares de mayor edad, los que tienen mayor riesgo. Es muy duro no saber cuándo vas a poder darle un beso a tu madre o un abrazo a tu hermano o, tan siquiera, tomar una cerveza con un amigo. ¿Quieren perder todo esto?, pues hagan lo que los españoles no han sabido hacer.

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