México no es un país pobre, pero es un país despiadadamente desigual. El futuro será mediocre si no aprendemos a repartir mejor las ganancias en productividad y en ingreso.

Nuestro país no podrá ascender los peldaños de las naciones económicamente más poderosas si durante el próximo decenio los frutos del esfuerzo común continúan repartiéndose de forma tan asimétrica.

Aunque el cierre social que mantiene las desigualdades se constituye por argumentos de orden muy diverso, cuatro fracturas provocan mayor hondura entre quienes habitamos esta comunidad.

En orden de importancia: la desigualdad de género, la desigualdad por edad, la fractura geográfica y la que separa a las poblaciones indígenas del resto del país.

La primera de nuestras fracturas (el género) tomó el año pasado las calles y utilizó los monumentos nacionales para expresarse.

Este 2020 y el decenio que apenas comienza continuará siendo territorio de batalla para combatir las desigualdades arbitrarias basadas en la biología y la identidad sexual.

Si la suerte en México pudiese medirse por el tiro de los dados, Los hombres saldríamos ganando en 8 de cada 10 lances sobre el terciopelo verde.

Aunque muchos hombres prefieren mirar hacia otro lado, no hay azar en esta distribución de las oportunidades: el privilegio en México sigue teniendo marcada morfología de varón.

A este respecto el mundo del trabajo es implacable. Solo cuatro de cada diez mujeres reciben en México un salario por su trabajo; esta cifra es más injusta en entidades como ChiapasOaxaca Tabasco, donde no perciben remuneración ocho de cada diez.

Entre las que tienen la suerte de contar con un salario, la mitad obtienen ingresos inferiores a dos salarios mínimos; esto quiere decir que sólo una de cada dos mujeres, (alrededor del 20% de la población femenina mexicana), tiene un salario superior a los 4 mil 800 pesos mensuales.

Otra diferencia notable es la edad en la que hombres y mujeres alcanzamos la cima de nuestro salario. Mientras que, en el caso de los varones, la mejor edad —en lo que corresponde al salario— son los 43 años, las mujeres alcanzan su pico salarial a la edad de 24 años. A partir de entonces la curva de su ingreso permanecerá inalterada hasta los 63 años que, es cuando tiende a declinar hasta tocar el suelo.

Con estos datos se explica por qué México, la potencia económica número 11, se encuentra en el lugar 71 respecto a la desigualdad económica basada en el género (Gender Gap Index).

La segunda gran fractura que separa a unos y otros mexicanos es la edad. Mientras más joven la población mexicana, mayores barreras enfrenta a la hora de obtener un salario decente,
conseguir un crédito, tener capacidad de ahorro, contar con un contrato formal o gozar de las prestaciones que establece la ley.

Igual que con el género, la edad en México descarta. La escena empeora cuando ambas características se reúnen: en nuestro país dos de cada tres jóvenes que no trabajan ni estudian son mujeres.

La tercera fractura la impone la geografía. El muro que Donald Trump pretende erigir entre su país y el nuestro es pequeño en comparación con el que ya existe entre el norte y el sur mexicanos.

Algo funciona pésimo cuando las oportunidades las entrega la cigüeña, dependiendo del lugar de nacimiento. Si ese animal injusto aterrizó en Guerrero, la persona será castigada con una educación precaria, un sistema de protección a la salud mínimo, empleos mal pagados y así, un largo etcétera que apenas la migración (y mucha suerte) podrían modificar.

El muro geográfico de nuestra desigualdad está colocado por encima de Querétaro; no se trata de una pared física, pero es más cruel y tirana que cualquier otra.

La productividad de la economía, dependiendo de la región, varía drásticamente porque no hemos logrado que las ventajas de la integración global desciendan hasta el Suchiate y más al sur.

La cuarta fractura es racial y también étnica. El origen indígena sigue siendo predictor implacable para la enfermedad, la malnutrición, la insalubridad, la injusticia judicial, la inseguridad, la precariedad y la incertidumbre.

Durante demasiadas décadas los gobiernos nacionales han hecho demagogia para combatir las asimetrías arbitrarias que, basadas en el color de la piel, el origen racial o la pertenencia étnica, discriminan de manera sistemática.

Mientras no sea sincero el esfuerzo político, la exclusión de las poblaciones indígenas mexicanas seguirá prevaleciendo.

ZOOM: En el 2030 México será potencia económica y cultural siempre y cuando nos tomemos en serio la responsabilidad de atemperar las desigualdades que nos separan. En sentido inverso, nuestro México, tal cual está de fracturado, no llegará muy lejos.


@ricardomraphael

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