La Corporación Innovarte. Propiedad Intelectual y Cultura para el Desarrollo es una organización, con sede en Santiago de Chile, sin fines de lucrativos cuyo objetivo es la promoción y protección del acceso al conocimiento a través de la creatividad, la cultura y el manejo de la información para incentivar el desarrollo intelectual de las personas.

Como muchas otras instituciones, se han abocado a generar herramientas y espacios que ayuden a diversos actores de la sociedad a luchar contra la pandemia del coronavirus y algunas de sus consecuencias, como la falta de acceso a recursos por parte de la población más empobrecida, o la poca información acerca de los avances científicos o medidas políticas y económicas que los gobiernos del mundo han adoptado en estas difíciles circunstancias.

A mediados de agosto lanzaron una convocatoria para un concurso de microrrelatos cuyo tema fuera la desigualdad frente a la lucha contra el Covid-19. Uno de los principales requisitos a cumplir eran productos literarios de no más de 250 caracteres y que el tema fuera el mencionado. Los participantes podían ser de cualquier nacionalidad, pero los relatos tenían que ser escritos en español. Cada participante podía concursar con un máximo de tres relatos.

La convocatoria cerró en septiembre, y debido a la cantidad de microrrelatos recibidos, los resultados tardaron bastante en darse a conocer. La semana pasada fue la premiación del primer lugar, y se abrió la votación para los mejores relatos elegidos por parte del público. Todos los relatos pueden leerse en esta dirección y votarse por uno de los premios:

La titular de este espacio participó en el concurso. No ganó ninguno de los premios, pero hizo un gran esfuerzo por crear algo que causara alguna emoción y reflexión en los lectores. A continuación están los tres microrrelatos que se presentaron por parte de la autora.

Por poco

“El lavado constante de manos, el uso de gel hidroalcohólico y de mascarilla son herramientas fundamentales en la lucha contra la covid-19”, sonaba constantemente el aviso en la radio de casa.
─Estoy seguro de que la vacuna llegará pronto, y verás cómo todo cambia para bien─, comentaba Nacho, sentado a la mesa de la cocina, mientras su esposa lavaba y desinfectaba la compra del mes, y Angelines, su hija, se reunía con sus amigas por videoconferencia por enésima vez desde el confinamiento.
Nacho carraspeó un poco y María lo miró fijamente, con las manos llenas de jabón mientras el agua llenaba la pila de la cocina. Nacho tosió otra vez.
¿Por qué no se escuchaba el agua del grifo correr? ¿Ya había terminado la charla de Angelines? Pero si apenas había cerrado los ojos un momento.
─Pero bueno, ¡qué gusto, Nacho! ¿Cómo se siente?, seguro que un poco débil. Después de veinte días en cama, no es para menos. Pero usted, tranquilo, que esto va para largo. Todavía falta mucho para la recuperación total─, le dijo alguien detrás de una mascarilla, detrás de una careta, con una bata verde, guantes blancos y unos ojos muy muy cansados.
─ ¿Y mi familia?─, preguntó el paciente con un poco de angustia.
─Ellas están bien─, respondió ese ser sin rostro identificable, pero amable. Ellas, afortunadamente, han conseguido el medicamento recién aprobado. Qué lástima, Nacho, que la vacuna saliera justo durante el tiempo que llevas aquí.
─Vale, menos mal que ellas sí la recibieron.

De esperanza y espera

─Papá, por favor, quédate.
─Marcelino, escúchame, te necesitamos aquí, todos los que te queremos.
Él asentía con la cabeza, pero en su interior se negaba a quedarse. Algo más grande lo llamaba.
─Papá, mírame.
─Marce, sé fuerte y aguanta.
En verdad no escuchaba muy bien lo que le decían, por eso pensaba que era mejor darles un poco por su lado. Había mucho barullo, ruido de ambulancias, de aparatos médicos, gente gritando a pesar de los avisos de “Silencio”.
Él sabía sus opciones: quedarse con ellas, o quedarse donde estaba. Si tenía suerte, elegir una no tendría por qué evitar que sucediera la otra.
Llevaba días dentro del hospital. El equipo de protección individual no le dejaba escuchar bien lo que pasaba a su alrededor. Pero su trabajo estaba a punto de dar frutos. Su teléfono vibró en su bolsillo. Lo sacó para ver la notificación. Solo se leía el mensaje “ADELANTE”.
Marcelino sonrió mucho a pesar de la mascarilla porque al fin podría continuar. Los esfuerzos de muchas personas se verían reflejados. Por fin podría ir a casa y abrazar a su esposa y a su hija, y decirles que con el apoyo de gente alrededor de todo el mundo, llevaba con él la vacuna y la libertad.

La decisión de Pablo

Sus manos temblaban más de lo que quisiera. “¡Contrólate, Pablo!”, se decía a sí mismo. Los pequeños frasquitos de vidrio tintineaban cuando los tomaba.
Cerró el maletín con mucho cuidado. Se limpió el sudor de la frente para aparentar estar más tranquilo, pero sentía su corazón bombeando con fuerza. “Lo lamento mucho, de verdad”, pensó mientras se dirigía fuera del Centro de Investigaciones. Sentía las miradas de todos.
─Buenas tardes.
─Pablo, te ves agitado. ¿Todo bien?─, lo saludó un hombre con bata blanca, a pesar de que no se encontraban en ningún centro sanitario.
─Sí, son los nervios. Usted comprenderá─ respondió con voz entrecortada.
─Pablo, yo sé que no es fácil, que ha sido mucho trabajo. Pero los beneficios de este sacrificio que haces serán mayores. Esos desgraciados creen que se nos adelantarán. Podrás irte lejos con tu familia… claro, cuando abran las fronteras.
Pablo colocó el maletín sobre el escritorio, lo abrió y mostró el contenido al tiempo que el farmaceuta le mostraba a él otro lleno de fajos de dinero. Tomaron sendos maletines según sus intereses.
Seis meses después, se anunció que finalmente uno de los bloques hegemónicos patentó la vacuna haciendo caso omiso a la Organización Mundial de la Salud para fabricar dosis gratuitas para la población.
Las fronteras nunca se abrieron. El laboratorio nunca entendió qué pasó con los ensayos. La otra farmacéutica no logró los avances prometidos, y el continente se quedó aislado esperando la cura que no iba a llegar.

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