Los congresistas demócratas tuvieron tres días de la semana pasada para explicar su caso en el juicio de destitución contra Donald Trump. Lo hicieron de manera contundente, presentando frente al jurado de senadores, en su mayoría republicanos y aliados incondicionales del presidente, un cúmulo de evidencia que, visto objetivamente, no deja lugar a dudas sobre el abuso de poder en el que incurrió Trump al tratar de extorsionar al gobierno ucraniano para obtener información que afectara directamente a Joe Biden, su más probable rival en las elecciones de noviembre.  El congresista demócrata Adam Schiff, líder del grupo de fiscales demócratas en el juicio, cerró la exposición el jueves pasado. Lo hizo con un discurso que queda para la historia. Los últimos minutos, en particular, son una muestra de oratoria efectiva y claridad moral. “Si lo correcto no importa, estamos perdidos. Si la verdad no importa, estamos perdidos”, dijo Schiff, tratando de contener las lágrimas. “Ustedes saben que lo que hizo (Trump) no fue correcto. Y ustedes saben que no pueden confiar en que este presidente hará lo correcto para este país.
Pueden confiar en que hará lo necesario para Donald Trump”. Schiff concluyó sugiriendo a sus colegas senadores que, si encuentran culpable a Trump al final del proceso, deben votar para destituirlo. “Porque lo correcto importa. Porque la verdad importa. De otra manera estamos perdidos”, dijo.

La buena noticia para la salud de la democracia estadounidense es que, solo en Twitter, el video de Schiff tiene ya más de ocho millones de vistas. El hashtag #rightmatters (lo correcto importa) encabezó los “trending topics” por varias horas. Así, no cabe duda de que los demócratas presentaron sus argumentos de manera exitosa y que esa contundencia, encabezada por Schiff (cuyo futuro en el partido y la política de su país es luminoso) hará daño a Trump con los votantes. ¿Qué tanto? Mucho dependerá de la manera como el electorado digiera la conclusión del juicio, que incluirá, a menos de que ocurra un milagro, uno de los más lamentables episodios de desfachatez política de la historia de Estados Unidos. Porque mientras los demócratas presentaban sus argumentos a detalle, los republicanos en el Senado se dedicaron a bloquear cualquier intento de transparencia en el proceso. En su afán de defender ciegamente a Trump, la mayoría republicana en el Senado bloqueó la presentación de evidencia y se ha negado a permitir la libre comparecencia de testigos, ambos factores indispensables (por si hiciera falta decirlo) para garantizar la probidad en este y cualquier juicio. El equipo defensor de Trump insiste en que el proceso ha sido ilegítimo e ilegal. Mienten en ambos casos: la conducta de Trump merecía este tipo de investigación y eventual juicio y el proceso de destitución está contemplado en la constitución estadounidense. Pero a los republicanos no les importa —como diría Schiff— lo correcto. Les importa proteger a Trump. Dentro de unos días, sin importar la evidencia o cualquier otra cosa, votarán para exonerarlo y Trump cantará victoria. La pregunta entonces será cómo digerirán los electores el proceso entero.

En principio, hay algunas buenas señales para la causa demócrata. De acuerdo con un sondeo reciente de la cadena ABC, un 66% de los estadounidenses piensa que el Senado debería permitir la comparecencia de testigos. Una mayoría también apoya el juicio de destitución. Pero hasta ahí. En esa misma encuesta, 49% de los estadounidenses dice que el Senado no debe destituir a Trump (47% opina lo contrario). En suma, a pesar de las tropelías republicanas, el proceso entero sigue siendo una apuesta relativamente arriesgada para el partido demócrata.

Todo puede pasar. Por ahora, el mejor escenario es que, al final de la historia, el cinismo republicano resulte tan flagrante que el electorado decida dar un golpe en la mesa cuando llegue la hora de votar en noviembre. Para ello, los votantes estadounidenses tendrán que decidir si Adam Schiff tiene razón y el sistema estadounidense, creado hace dos siglos y medio por una brillante generación de estadistas, es lo suficientemente enérgico como para defender lo correcto, lo justo y lo legal frente al abuso de poder y la voluntad autoritaria de un hombre y sus sicofantes. Los votantes tendrán que decidir si en Estados Unidos importan más las garantías de la ley o la voluntad de un solo hombre. ¿Es el país de Hamilton, Franklin, Madison y Washington o de Donald Trump? ¿El país de la histórica constitución de 1787 o el de Donald Trump? No hay más.

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