A partir de la pandemia del coronavirus se han vuelto muy evidentes en todo el mundo ciertas carencias potenciadas por la desigualdad económica. Algunas son la falta de agua potable, la creciente necesidad de acudir a comedores sociales y una que ha destacado debido a su histórica estigmatización: la salud mental.

Recientemente se ha estrenado en Netflix una aparente comedia romántica cuyo título suena a cliché: Loco por ella. El cartel no dista mucho de las ya muy manoseadas propuestas visuales para este tipo de películas, en él los protagonistas salen juntos dándose muestras de afecto. Corrección: en el cartel se ve a la protagonista tres veces demostrando su afecto a su compañero. Todo tendrá sentido más adelante.

La película ambientada en Barcelona comienza con diálogos trillados introduciendo a tres personajes arquetípicos: el galán inteligente, el amigo homosexual (un poco perdedor) y la amiga que no triunfa ni en lo profesional ni en lo romántico. De pronto aparece el otro personaje: la chica aventada que seduce al galán. Nada de lo que se ve que vaya a pasar resulta sorpresivo.

Hasta que la trama nos lleva a descubrir que alguien no es como se creía. El personaje de Álvaro Cervantes se topa con la realidad de Carla (Susana Abaitua), la seductora que está ingresada en un centro para enfermos mentales. Como el príncipe azul autor de artículos de autoayuda que se cree que es Adri, buscará la forma de ayudarle a salir de ahí pensando que eso es lo que ella necesita. Al meterse en camisa de once varas, se dará de frente con la realidad que viven los pacientes de aquella institución.

De forma inesperada aprenderá una lección muy importante acerca del respeto a las personas con padecimientos mentales, y en carne propia vivirá una situación que lo llevará a desarrollar la empatía necesaria para entender sus vidas, sus frustraciones y la verdadera mejor forma de ayudarles, porque “querer” no siempre es “poder”.

En la película se pronuncia la frase ya famosa que dice: “Lo peor de padecer una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras”. Porque las sociedades todavía no están preparadas para aceptar que hay millones de personas que día a día luchan contra enfermedades como la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia; cuyo desconocimiento lleva a que los demás se incomoden en presencia de quienes han sido diagnosticados así.

En una humilde reflexión, Adri acepta que si se quiere ayudar de verdad a alguien con un padecimiento mental, no bastan (y de hecho no ayudan) frases huecas como “ánimo” o “tú puedes”, porque muchas veces no está en sus manos. Las enfermedades mentales no son cuestiones de voluntad, sino de atención médica, la cual es muy costosa, es señalada por quienes no la entienden y muy pocas veces (o nunca) está cubierta por la salud pública.

Así, una película que parece ser ligera y llena de lugares comunes con personajes huecos, nos muestra su verdadera cara, como la bipolaridad de Carla, y ofrece una historia tierna, pero de luchas difíciles de los enfermos contra sí mismos y ellos contra los juicios de la sociedad.

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