En el juicio por difamación de Johny Depp contra Amber Heard, la doctora Dawn Hughes describió los tipos de ataques que Johny perpetraba contra Amber mientras estuvieron casados. Algunos ataques terminaron en una violación, él rasgándole la ropa, tumbándola en la cama y exigiéndole sexo oral. Otros, más violentos, terminaron con él penetrándole la vagina con los dedos. Y uno terminó con él penetrándole la vagina con una botella. 

Y durante todo el minucioso recuento de los tempestuosos ataques, la cámara de televisión no se movió, centrada en Amber. Diez minutos para mirar las facciones de la actriz, que se movían apenas milímetros, denotando dolor, humillación o conatos de rabia. ¿Cómo reaccionaba en tanto Johny? Bueno, lo dicho, la cámara no tomó a Johny, solo a Amber. 

Eso hace la Cultura patriarcal, ocultarnos a los agresores de mujeres y fijarse en el dolor de las víctimas. Corrijo: volver el dolor de las víctimas en un espectáculo. 

Hace 30 años hablábamos en México de Las muertas de Juárez, como si fueran un evento natural. Hojas secas desprendidas de un árbol. Luego aprendimos a hablar de feminicidios, para distinguir a los homicidios perpetrados contra mujeres por el simple hecho de ser mujeres, y así seguimos ocultando la cara de los asesinos. 

¿Cuánto feminicidios hubo este día en la Ciudad de México?, preguntamos con el mismo tono higiénico con que podríamos preguntar: ¿cuánto grados Celsius hubo de calor este día? 

Hoy mismo, en el caso del asesinato de Debanhi Escobar, la prensa se dilata en lo que ella traía en el bolso, en su estado de lucidez o ebriedad, en su relación con sus amigas, y muestra numerosas fotografías en que podemos apreciar lo bonita y espigada que ella era. 

¿Y el asesino? ¿Lo apresará la policía? Y de apresarlo, ¿lo pasearemos a él también ante las cámaras e indagaremos en su vida familiar, sus amigos, sus costumbres etílicas, y veremos incontables fotografías para enjuiciar su galanura o fealdad? 

Es improbable. Y sin embargo deberíamos hacerlo. Deberíamos saber mucho más sobre los agresores de mujeres. Estas son las razones. 

La antropóloga Rita Segato, que estudió durante años a feminicidas en Ciudad Juárez, descubrió que el móvil del feminicida es expresivo: lo que quiere, sobre todo, es expresar con su acto de violencia un exceso de hombría. Al matar no piensa en la víctima, reportó Rita Segato, lo que tiene en la mente es a otros hombres admirando su potencia incontenible. 

Por cierto, una potencia solo pretendida: las investigaciones muestran que el típico feminicida es un pobre diablo fracasado en todos los campos. El laboral, el afectivo, el familiar. Es pues la impotencia, no la potencia, lo que mueve a los feminicidas, y desglorificarlos sería colocar su acto donde merece estar, en el basurero de la vileza humana. 

Otro dato de consecuencia aprehendido por Rita Segato. En el inconsciente de la sociedad patriarcal, la violencia contra una mujer sigue siendo considerada un asunto que corresponde al ámbito familiar o romántico. Cosas que ocurren en la intimidad de un hombre y una mujer. De ahí que todo el sistema policiaco y judicial se mueva con modorra si una mujer es violentada. Los policías tardan en responder a las llamadas de auxilio de una mujer; tardan en investigar cuando una mujer desaparece; tardan en probar un feminicidio; y bostezan mil veces antes de perseguir al asesino, atraparlo y enjuiciarlo. 

De ahí la urgencia de formar brigadas especiales para combatir la violencia contra la mujer, integradas por mujeres policías y mujeres juezas –mujeres que sí sienten en el propio cuerpo empatía con las víctimas. ¡Caramba! Si las mujeres no llegamos a sitios de autoridad para desarmar la violencia que sostiene al patriarcado, yo no sé para qué diablos llegamos. 

Por eso este jueves en Largo Aliento, por los Canales 11 y 14, hablaremos de Los hombres que matan mujeres, precisamente con Rita Segato. 

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