En abril, fueron asesinadas 2,792 personas en México, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). El número es extraordinariamente elevado por donde se le mire. Es casi dos veces el número de víctimas de homicidio doloso y feminicidio registrado en el mismo mes de 2015.

Sin embargo, es un dato alentador. En comparación con el mes de abril de 2018, hay una disminución de 2%. No es mucho, pero va en la dirección correcta. Más importante, se trata de la primera disminución a tasa anual desde marzo de 2015.

¿Estamos entonces ante un punto de inflexión? Ojalá: sería magnífica noticia que hubiésemos llegado ya al pico de la escalada de violencia homicida. Hay datos, empero, que invitan a la cautela.

Uno es particularmente relevante: buena parte de la caída a nivel nacional se explica por una reducción drástica de los homicidios en Guerrero. En ese estado, el número de víctimas mortales disminuyó 44% en abril en comparación con el mismo mes del año pasado.

En algunos municipios guerrerenses, la caída ha sido aún más pronunciada. En Acapulco, por ejemplo, la disminución fue de 51%. En Chilpancingo, 58%. En Iguala, 67%. En Chilapa, 70%.

La reducción, además, no es cosa de un solo mes. El número de víctimas de homicidio doloso y feminicidio en Guerrero ha venido cayendo desde al menos octubre de 2018.

¿Qué hay detrás de este inusual fenómeno? ¿Un incremento de la presencia federal en el estado? Hasta donde se sabe, se enviaron en febrero 600 elementos adicionales tanto a Acapulco como a Chilpancingo. Pero eso no explicaría una caída que empezó varios meses antes y que se ha extendido a regiones donde no ha habido mayor despliegue federal.

¿Se trata entonces de alguna estrategia particularmente exitosa a nivel estatal o municipal? Tal vez, pero es difícil encontrar algo decididamente nuevo y distinto en las políticas implementadas por el gobierno estatal o los gobiernos municipales en el último año. Apenas en septiembre pasado, el Ejército y la Marina tomaron control de la seguridad en Acapulco por la presunta complicidad de la policía municipal con bandas del crimen organizado.

La respuesta al enigma pudiera estar más bien en un factor exógeno: la sustitución de la heroína por el fentanilo, un opiáceo sintético producido mayoritariamente en Asia, en el mercado estadounidense. Como han documentado varios especialistas (), ese fenómeno de mercado ha producido el desplome del precio de la goma de opio en México. Ese efecto ha sido particularmente notable en Guerrero, la principal zona de producción de amapola en México. En algunas comunidades serranas del estado, el precio de la goma de opio ha caído de 20 mil a 4 mil pesos por kilo.

La contracción de la economía de la amapola ha producido una crisis social en las comunidades productoras, pero pudiera estar generando un efecto pacificador: hay menos transacciones ilícitas, menos rentas criminales y menos incentivos para resolver disputas a balazos.

Si esa hipótesis es correcta, podríamos estar ante una reducción estructural de la violencia en Guerrero. Y dado el peso relativo del estado (en 2018, uno de cada doce homicidios en el país se registró en territorio guerrerense), ese hecho se notaría en las estadísticas nacionales.

Pero el fenómeno pacificador difícilmente se extendería más allá de las zonas productoras y probablemente pese menos en los próximos doce meses por simple efecto de base de comparación.

Para sostener una disminución de la violencia homicida, se va a requerir algo más que un cambio en los patrones de consumo de drogas de los vecinos del norte.

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@ahope71

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