Con “Los testamentos” (Premio Booker 2019), la canadiense Margaret Atwood (Ottawa, 1939) una de las voces modernas más imponentes, revela el ultimátum de la despiadada República de Gilead. Desde “El cuento de la criada”, Atwood presentó la historia de la vida de las mujeres en un futuro no tan distante al nuestro, en el que la mujer y su valor se definen por su capacidad de parir hijos para otros, anulando así sus derechos e instrumentalizando su cuerpo al antojo de los pocos que aún tienen poder. Un mundo invivible para la figura femenina en el que la política y la religión se unifican para formar un infierno terrenal. Si el infierno tuviera otro nombre, seguro sería Gilead. Un país en el que, si no se puede engendrar ni servir a Dios, como tampoco respetar el antiguo testamento y mucho menos servir como simple vientre de alquiler, es mejor colgar mujeres de un muro. Queda claro que Gilead no tiene obligación con su gente, puesto que aquí todo sucede a la inversa.

Tengo la falda roja levantada, pero solo hasta la cintura. Debajo de esta, el comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo. No digo haciendo el amor, porque no es lo que hace. Copular tampoco sería una expresión adecuada, porque supone la participación de dos personas, y aquí solo hay una implicada. Pero tampoco es una violación: no ocurre nada que yo no haya aceptado. No había muchas posibilidades, pero había algunas, y esta es la que yo elegí.

(El cuento de la criada, Cap. 16)

CATEGORÍAS FEMENINAS

Martha: el perfil social más bajo, no casadas y, algunas veces, infértiles. Su única función es ayudar a las familias.

(En ambas obras, cuando una mujer se convierte en esposa, pareciese que el logro más alto para una mujer en esta escala es dar a conocer cuántas Marthas albergan en su casa.)

Criada: su única función es parir hijos para las familias. Son, desde luego, mujeres que siempre han sido fértiles. Sin embargo, la fertilidad juega un principio crucial: deben parir bebés sanos, de lo contrario se nombran No-bebés. Que, por lo general, son hijos que han nacido con malformaciones o defectos congénitos que sugieren una probable repetición en los próximos partos.

Esposa: mujeres que poseen el rango más alto en la escala femenina, sin embargo, continúan bajo órdenes de sus maridos.

Econoesposa: carentes de poder y una calidad moral despreciable, son la versión más precaria de las esposas.

Tía: encargadas del adoctrinamiento de las criadas, enseñándolas a ser sumisas y rendir culto a las sagradas escrituras, son una de las versiones con más alto poder entre las mujeres. Por el papel que desempeñan son las mujeres que optan —con más seguridad— a ser esposas.

Ilegítima: el nivel más despreciable y condenado de las mujeres, son aquellas que han incumplido con los principios morales que se han establecido en Gilead, que van en contra de la política de este territorio o que se han declarado feministas. Viven en colonias (donde frecuentemente mueren) o trabajan en clubs nocturnos complaciendo los retorcidos antojos de varones.

Los Testamentos: el fin de Gilead
Los Testamentos: el fin de Gilead

“El conocimiento es poder, sobre todo si sirve para desprestigiar”. Los testamentos (Cap. 3)

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Una voz que jugaba con su memoria intercalando presente y pasado dio vida a "El cuento de la criada"; en el caso de "Los testamentos"—quince años más tarde—, el argumento se conforma a través de tres voces narradas en primera persona que progresan asiduamente de la mano para generar suspense entre 501 páginas: Agnes, una habitante de Gilead; Daisy, una niña canadiense cuyo pasado alberga en Gilead, hija de una criada, robada y llevada a Canadá con fines antipolíticos, y regresada en una misión con únicamente dos salidas: el derrocamiento de Gilead o el triunfo del totalitarismo Gileadiano; y Tía Lydia, la mujer que juega al «tú» y «ahora» con el lector desde la primera página,  intercalando situaciones que pasan en un futuro inmediato y estableciendo el hilo narrativo para que las dos voces restantes encuentren su propio camino. Es, también, una mujer anciana, dueña —o jefa— del ejército de Tías encargadas de adoctrinar a las criadas y una nueva categoría: las Perlas.

En esta obra, a diferencia de "El cuento de la criada", Atwood trabaja escasamente el uso de momentos retrospectivos y parece centrarse en la tensión de la novela: la explosión de un coche y la muerte de dos personas, la persecución de una niña —pequeña Nicole—, la lucha contra Mayday —oposición al régimen de Gilead—, el porvenir empañado por la actual vida de las mujeres, los lazos de sangre, la búsqueda de una madre y el reencuentro de una hermana, así como la conversión de una infiltrada en Casa Ardua —lugar donde viven las Tías— y un plan secreto que alberga la traición de una nación entera. Atwood abandona sus múltiples descripciones y se enfoca en la formación de un thriller magistral.

“Una persona sola no es una persona completa:

existimos en relación a los demás”

Los testamentos, (Cap. 9).

A diferencia de la precuela, en “Los testamentos” el papel de la mujer se ve fortalecido, se vuelve osado y los alegatos de Atwood lo demuestra al vigorizar y enfocarse en el papel subversivo de tres mujeres contra una dictadura —aparentemente— irrevocable. A su vez, hila al puro estilo de Orwell tres personajes con personalidades que distan, pese al lugar donde coinciden, de ser pésimamente parecidas: Agnes es la mujer entregada a la certeza, a las buenas obras y el amor, mientras que Pequeña Nicole o Daisy o Jade, como desee llamársele, es irreverente, pertinaz, a menudo grotesca, en contra de los principios establecidos en Gilead y entregada continuamente a la locura y la osadía de la conquista, características importantísimas si se le compara, por ejemplo, con las características psicológicas que albergaban en "El Quijote" con Quijano y Sancho como dos mundos totalmente opuestos, en una lucha constante entre la locura y la sensatez, pero también entre la amistad y, en este caso, la hermandad de dos mujeres separadas por un régimen totalitario. Quizá la coincidencia sea superflua o quizá no, pero los pasajes de esta historia distópica pareciesen volver al pasado para rescatar las proezas de Cervantes, Orwell o Huxley.

“Los molinos de los dioses muelen lentamente, pero muelen fino”. Los testamentos

La lectura se vuelve intensa y nunca se debilita, aunque el tedio pudiese aparecer si no se comprende el papel de las mujeres, principalmente en los momentos donde se presentan todas las Tías, el constante abandono de nombres tras subir de categoría y los territorios en donde divergen o convergen las historias de esta trinidad. La última entrega aloja dejos de incertidumbre, de desolación y la precaria — casi exigua— esperanza del progreso de una vida asolada por la opresión. Atwood, quien comenzó a escribir “El cuento de la criada” en 1984 (año orwelliano), aseguró que no había escrito nada en esta obra que ya hubiese pasado en alguna parte de la historia y que tampoco haya dejado de existir; tal pareciese que el mensaje, lejos de parecer complicado, resulta bastante sencillo: Atwood afirma que sin lucha la libertad puede extinguirse.

Los Testamentos: el fin de Gilead
Los Testamentos: el fin de Gilead

Aunque en este duro desenlace las mujeres triunfan, Margaret Atwood pareciese estar detenida en la primera entrega, pues cuando se le pregunta sobre el futuro de las mujeres, su rostro se transfigura en un despoblado campo de gesticulaciones, casi imposibilitado de esbozar la más discreta sonrisa.

¿Será que la constante nominada al Nobel de Literatura haya escrito verdaderamente una obra que presagie un futuro no tan distante?

Solo el tiempo lo revelará.

Sin duda alguna, Margaret Atwood llegó para decir ‘go away’ a los productores visuales de su novela y así retomar el control de lo que le pertenece, tanto como para dejar en claro que es su obra y que puede, incluso, escribir algo mejor.

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