Una vez firmado el nuevo tratado comercial con Norteamérica, que México bautizó como T-MEC, el 29 de noviembre, el equipo del entonces presidente electo Andrés Manuel López Obrador confirmó la percepción de que el gobierno de Peña Nieto había apresurado las negociaciones con sus contrapartes con el solo propósito de pasar a la posteridad estampando su firma en el pacto sucesor del TLC.

Pronto quedó a la vista que el capítulo de una obligadareforma laboral en México y privilegios para la industria farmacéutica serían píldoras difíciles de tragar. Quedó de manifiesto que la estrategia de Washington para negociar casi todo el tiempo con México por un lado, y con Canadá por el otro, había arrojado resultados demasiados benéficos para los estadounidenses, indispensables para serenar al mercurial presidente Trump, que amenazaba con cancelar el tratado vigente. Hubo que seleccionar entre un escenario malo y otro peor.

En las semanas anteriores a la firma, en pleno periodo legislativo, una iniciativa de reforma laboral llegó desdeLos Pinos al escritorio de Emilio Gamboa, líder de la mayoría priista en el Senado. Tras algunas consultas, el tema fue congelado pues los sindicatos cercanos al PRI amagaban con tomar las calles para oponerse a la medida, cuya aprobación hubiera simplificado las cosas enormemente para el gobierno López Obrador.

Ahora, en el breve lapso de dos semanas, se pretende que ambas cámaras del Congreso aprueben la reforma laboral y que el Senado avale casi de inmediato el T-MEC. Todo para honrar un acuerdo que en el Capitolio norteamericano parece entrar cada vez más en un limbo de la duda.

Es público ya que como se anticipó aquí mismo, la presidente de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, se opondrá al T-MEC (llamado allá USCMA, y que deben aprobar ambas cámaras) si México no demuestra no sólo la aprobación sino la vigencia de la reforma laboral, entre otros temas.

En México “sólo” se requiere que el Senado avale el nuevo acuerdo. La duda es si López Obrador y el coordinador de la bancada de Morena, Ricardo Monreal, empeñarán su capital político a una causa que cada día se tambalea más en Estados Unidos y que al final puede ser utilizada para regresarnos en forma de una bofetada.

APUNTES: En sus recientes atisbos sobre quién estará al mando de la Guardia Nacional, el presidente López Obrador parece haber hecho un retrato hablado del general Víctor Hugo Aguirre Serna, que en las páginas de este diario ha sido perfilado como el más firme candidato al puesto. Se trata de un conocedor de zonas afectadas por el crimen organizado, en particular Sinaloa; ha sido entrenado en manejo de asuntos estratégicos, en el ITAM, así como en temas de derechos humanos. Singularmente, también posee un diploma por la Universidad Iberoamericana en Comunicación Política. Lo que se sabe poco es que se trata de un antiguo compañero de armas, en Tabasco, del titular de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval *** ¿A quién se le habrá ocurrido pedirle a Luis Barrios Sánchez, presidente de la Asociación Nacional de Cadenas Hoteleras, un discurso en la ceremonia inaugural del Tianguis Turístico de Acapulco? Se trata de un hotelero socio del extinto Rafael Moreno Valle, que llamó a López Obrador “genio del marketing” y le repitió los reclamos de quienes solo parecen interesados en tener altas ocupaciones. Fue necesario que el presidente de la Concanaco, José Manuel López Campos, le enmendara la plana. “Ninguna crítica sin propuesta, ninguna exigencia sin compromiso del sector”, le reviró.

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