En junio de 2010, elementos de la Séptima Zona Militar se enfrentaron a tiros en una colonia de Monterrey. El tiroteo, como era frecuente en aquel tiempo, sucedió a plena luz del día. Al fin, los militares lograron entrar en la residencia en la que se había pertrechado Héctor Luna, El Tori, uno de los jefes, del grupo de los Zetas, más poderosos del noreste mexicano.

Parecía que una pesadilla había terminado. El Tori estaba involucrado en la ejecución de seis militares, en el ataque con granadas al consulado de Estados Unidos en Nuevo Laredo, en el atentado contra el secretario de Seguridad Pública de Escobedo, y en la desaparición de un grupo de huéspedes del Holiday Inn Monterrey, de los que no se volvió a saberse más.

Una noche de abril de 2010 un convoy formado por 15 vehículos llegó al Holiday Inn: 50 encapuchados tomaron posesión del hotel y registraron las habitaciones del quinto piso: se llevaron a cinco personas, tres hombres, una mujer, y el recepcionista.

Una investigación reveló más tarde que los sicarios iban en busca de agentes federales encubiertos que investigaban al Tori. Una filtración desde la propia Policía Federal puso a los criminales, sin embargo, sobre la pista equivocada. Terminaron llevándose a ejecutivos, ingenieros, vendedores. Gente inocente.

Tras la detención del Tori, la zona metropolitana de Monterrey vivió una larga jornada de miedo. Comandos acribillaron la sede de la Agencia Estatal de Investigación, atacaron con granadas el C4, incendiaron autos en 40 puntos. Pero El Tori terminó en la cárcel y, como lo escribí arriba, pareció que la pesadilla había acabado.

En el último tercio del año pasado, sin embargo, la violencia llegó a sus peores niveles en los municipios que integran el área metropolitana. Ahí se cometió 82.3% de los asesinatos que se registraron en el estado.

En medio de la balacera, el gobierno estatal dio a los ciudadanos una mala nueva: El Tori había quedado en libertad tras casi ocho años, y se encontraba de nuevo en disputa por una “plaza”  que desde hace tiempo está inmersa en una guerra entre el Cártel del Noreste y los Zetas Vieja Escuela.

A fines del año pasado, El Tori envió un mensaje al director de la Agencia Estatal de Investigación, AEI: quería tener un acercamiento. El mensaje no obtuvo respuesta. Comenzaron a aparecer mantas, cuerpos desmembrados y abandonados en hieleras, y amenazas dirigidas a funcionarios diversos. Uno de los cuerpos desmembrados fue colocado, incluso, frente a la AEI.

El 15 de enero de 2019, cuatro elementos de la Fuerza Civil fueron acribillados a las puertas de un Banorte al que habían ido a cobrar su quincena. Los asesinos bajaron de una camioneta, se acercaron desde varios puntos y rafaguearon a los agentes (ver el video que acompaña esta columna).

La alerta corrió por la zona metropolitana. Más de 300 elementos de diversas corporaciones iniciaron la persecución. Los agresores fueron cayendo en manos de las autoridades. Uno de ellos, a quien en Monterrey suelen referirse como “el famoso marino”, intentó escapar metiéndose entre las aguas de un río.

“El famoso marino”, ex miembro de la Armada de México y ex interno en el Cefereso No. 4, había llegado a Monterrey con la misión de asesinar agentes municipales y estatales. Era un peón en la estrategia de terror que los grupos criminales han lanzado otra vez en el estado.

Todo esto ante un gobernador, Jaime Rodríguez, El Bronco, que poco ha hecho para evitar el deterioro de los cuerpos de seguridad, y ante el arribo de un operativo de la llamada Guardia Nacional (Marina, Ejército, Policía Federal y policías locales), que dirige un general de la policía militar, José Luis Cruz Aguilar, quien hasta el momento no atina más que a enviar convoyes inmensos para que patrullen perpetuamente las calles de una zona que arde bajo el fuego del crimen. Monterrey es el laboratorio: la primera prueba de fuego de la Guardia.

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