No. No me refiero a la caída de Compranet, lo que es un escándalo. Tampoco a la de la página de la Secretaría de Economía, cuyo objetivo es la opacidad para proteger a los dueños de la mina, en cuyo pozo quedaron atrapados 10 mineros. Se trata de la elección de los consejeros de Morena, espectáculo del cual se enteró todo el país, por más que lo quieran minimizar o distraernos como siempre, con otros temas. Acarreo, toma de casillas, compra de votos, urnas quemadas, amenazas contra beneficiarios de programas sociales, todo eso caracterizó la jornada del pasado fin de semana, poniendo en entredicho el carácter democrático de ese partido y los supuestos principios que pretende defender.

El asunto fue tan grotesco que hasta el propio presidente tuvo que declarar que eran mínimas las irregularidades. ¿Qué tanto es tantito? Se preguntaría uno cuando se trata de un partido que viene de la tradición de luchar contra el fraude electoral y de un presidente que denunció sistemáticamente cualquier tipo de fraude en los procesos electorales. Desde luego, Morena no es propiamente un partido. Es una coalición de intereses que depende de la voluntad o de la decisión de una persona. Por eso, en lugar de rendir cuentas y trabajar para la gente, el objetivo de sus líderes es quedar bien con el que manda. Y si él dice que fue un proceso democrático pues no hay discusión.

Ya no me remito al fraude electoral de 1988 si el responsable de la caída del sistema (Manuel Bartlett) está sentado a la derecha del señor. Para ellos eso no forma parte de su historia, olvidándose que de ahí abrevaron. Pero es demasiado pedirle a un dirigente como Mario Delgado que no estuvo ni vivió ese momento histórico. Sin embargo, muchos morenistas vienen del PRD que luchó siempre por el sufragio efectivo, pero que también cometió prácticas inaceptables durante la elección de sus dirigentes. Solo la elección de AMLO como presidente de ese partido estuvo exenta de confrontaciones por lo contundente de la votación. En todos los demás hubo conflicto. Recuerdo que en la elección en la que gané la presidencia, ese día la diferencia era de dos a uno. Pero las irregularidades que se cometieron fueron disminuyendo la diferencia a lo largo de los días y fue tan desaseado lo que pasó en varios estados que señalé que no podría tomar protesta porque sería traicionar los principios del PRD. Al final el asunto se resolvió nombrando una comisión que investigara toda esta situación, encabezada por el impecable Samuel del Villar.

Todo esto lo traigo a colación por los genes que tiene Morena, al que hay que sumar la más rancia cultura priista de muchos de sus miembros. Todo esto, más la pelea anticipada por la candidatura presidencial dio como resultado una elección manchada por estas irregularidades. El problema, además, es la incongruencia. López Obrador se ha pasado toda su historia política denunciando fraudes electorales (los que a él supuestamente le han cometido). Desde los éxodos por la democracia hasta la toma de la Avenida Reforma, causando con ello perjuicios y daños económicos. Pero le parece aceptable que al interior de su organización se den estas prácticas. Es capaz incluso —lo vimos en la revocación del mandato— de justificar esos atropellos en la elección de 2024. Esto es lo grave. El presidente minimiza lo injustificable.

Pero más allá de Morena y sus evidentes problemas, el asunto que interesa destacar es el relacionado con la oposición. Hay quien propone que se defina un candidato o candidata única por la vía de las elecciones primarias las que, a juzgar por la experiencia, serían un grave error. Se entiende la legitimidad que puede dar un proceso de esta naturaleza, pero los riesgos son enormes y la tentación de intervenir por parte del Gobierno estaría presente para que salga el candidato o candidata que más le convenga. La elección llevada a cabo por Morena es una muestra de lo que puede suceder. Hay otros procedimientos, como una encuesta llevada a cabo por personas de indiscutible calidad moral, para elegir al encargado de dar la batalla. No confundamos el método con el verdadero objetivo: Rescatar a México.

Política mexicana y feminista

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