Washington.- 1 de septiembre de 2016. El candidato republicano a la presidencia Donald Trump terminó una visita relámpago, sorpresiva y que terminó siendo humillante para el entonces presidente Enrique Peña Nieto a la Ciudad de México y aterrizó en Phoenix, Arizona, para dar un gran discurso sobre política migratoria.

Después de una conferencia con Peña en la que dijo que no se había hablado de quién pagaría el muro —Trump insistía en que los mexicanos—, y del posterior desmentido del mandatario mexicano, quien tuiteó que él dejó claro que México no pagaría, Trump estaba más que feliz.

El tono de sus palabas en Phoenix estaba marcado de antemano, cuando meses atrás había llamado “violadores” a los mexicanos. Luego acuñó el término “bad hombres”. “Es nuestro derecho, como nación soberana, elegir a los migrantes que creemos que es más probable que prosperen y nos quieran”, dijo ante miles de sus más fervientes seguidores. Tras eso vendría una lista con numerosas propuestas o, mejor dicho, un ataque frontal a los fundamentos de Estados Unidos.

“El asalto de Trump a la inmigración se ha convertido en el latido del corazón de su administración”, escriben los periodistas Julie Hirschfeld Davis y Michael Shear del The New York Times en Border Wars, una crónica cruda de lo que han sido los últimos tres años de acoso de una administración que ha convertido el tema migratorio en una cuestión de identidad.

“A través de demagogia, Trump ha derrocado muchas décadas de consenso bipartidista en favor de los migrantes y la inmigración”, prosiguen los periodistas, quienes no pueden evitar citar las contradicciones del presidente: “Residente de una de las ciudades más diversas del planeta y casado con dos inmigrantes, pero hostil a los foráneos; un empresario enamorado de la mano de obra barata y rápidamente disponible que presionaba por recortes en la migración legal”.

Apenas asumió la presidencia, en enero de 2017, Trump comenzó a cumplir sus promesas más brutales: en su primera semana ya había decretado su oposición a las ciudades santuario, ordenado la construcción del muro en la frontera con México, símbolo de todo lo que envuelve su política migratoria y emitido un veto migratorio a países de mayoría musulmana. Tras eso llegarían desde la denominada Tolerancia Cero de separación de familias hasta el programa Quédate en México que está poniendo en jaque todo el sistema de asilo, pasando por la militarización de la frontera, el encarecimiento de la obtención de visados, la reducción hasta la mínima expresión de la recepción de refugiados o la restricción de entrada a aquellos migrantes de pocos recursos.

Los resultados han sido catastróficos: centenares de familias separadas; más de 54 mil personas esperando en la frontera sus casos de asilo en situaciones altamente vulnerables y de peligrosidad extrema; al menos una decena de menores muertos bajo custodia de las autoridades estadounidenses. No es que la administración Trump no supiera de los grandes efectos que tendría; al contrario, quería usarlo como elemento de disuasión.

Con la política de Tolerancia Cero se esperaba separar más de 26 mil familias en cuatro meses. “Si no llega a ser por el clamor popular y las demandas legales, la administración podría haber sido exitosa”, señaló Lee Gelernt, abogado principal de la American Civil Liberties Union (ACLU), la asociación que se ha convertido en una pesadilla contra la administración. Como muestra sólo hay que ver su página web, repleta de casos judiciales abiertos contra las políticas migratorias de todo tipo impulsadas por Trump y su gobierno.

La estrategia del mandatario estadounidense ha sido siempre la misma: llevar todo al límite. Jugar al largo plazo, como comentó a EL UNIVERSAL Cristóbal Ramón, experto en migración del Bipartisan Policy Center, esperando que cualquier política sea desafiada en la justicia, “viaje por las cortes y eventualmente llegue al Supremo”.

Cuando la Alta Corte dio autorización a la Casa Blanca para aplicar la tercera versión del veto migratorio, aprovechando la mayoría conservadora de jueces, cambió el sentido del juego: vía libre a tener opciones de maniobrar a su antojo. Ramón recuerda que, hasta ahora, el rol de las cortes se centraba en casos individuales, que no “impactaban la interpretación de la ley”. Algo que cambió ya con Barack Obama, pero que ha sido explotado deliberadamente por Trump: “El problema es que está haciendo ley y política [migratoria] a través de la Corte”.

“Trump, en tema de migración, ha extendido los límites de lo que uno pensaría que sería posible [llevar] a interpretación de las leyes migratorias en el país”, resumió por su parte Maureen Meyer, directora del programa para México de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA).

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Agentes fronterizos buscan detener a indocumentados, en McAllen, Texas. Foto: ERIC GAY. AP

Mientras todo queda en manos de las cortes, los escándalos de la brutalidad y los efectos siguen sacudiendo al país. Medios como BuzzFeed o ProPublica consiguen documentos secretos escalofriantes a un ritmo constante; este mismo jueves, BuzzFeed publicaba documentos secretos de la pésima gestión en los centros de detención, que habrían contribuido a la muerte a cuatro personas y la extirpación de parte del prepucio a un menor de ocho años por mala atención médica.

Hace poco, una colaboración del Los Angeles Times y This American Life sacó a la luz que agentes de migración se niegan a seguir los protocolos agresivos contra los solicitantes de asilo hasta el punto de tener que dejar su trabajo.

Sin embargo, no hay visos de que vaya a frenarse la mano dura. Trump confía en las cabezas visibles que van acorde con lo que él quiere en la materia. La principal, el radical Stephen Miller, treintañero de ascensión fugaz y responsable de los más radicales y oscuros discursos de Trump —como el de su inauguración—, obsesionado con la migración no blanca y que basa sus teorías y propuestas en los datos del Center for Immigration Studies, un think tank de ultraderecha que busca restringir la migración.

“No es sólo que quiere restringir la migración”, lo definió Jamelle Bouie, columnista del The New York Times, “es un ideólogo del nacionalismo blanco”. Unos lazos cada vez más evidentes que le han valido el aplauso del Ku Klux Klan.

No es el único. Con el paso del tiempo, Trump ha ido creando un organigrama puramente antiinmigrante, como el flamante nuevo vicesecretario de Seguridad Nacional, Ken Cuccinelli. Personajes con un ideario totalitario, totalmente alineado con la retórica presidencial.

“Sólo hay un tema central en el debate migratorio”, dijo Trump en Arizona hace más de tres años, “y ese tema es el bienestar del pueblo estadounidense”. Con las elecciones a la vuelta de la esquina (en noviembre de 2020) ese mensaje volverá y, por tanto, el peligro de nuevas iniciativas antiinmigrantes.

A los instintos de Trump contra los migrantes Hirschfeld Davis Shear lo llaman “intolerancia, la creencia de que los extranjeros son una amenaza y los nacidos estadounidenses son más dignos por naturaleza”.

Ramón no se atreve a ir mucho más allá de decir que es un interés por “cambiar los flujos migratorios”, aunque reconoce que “sí pueden tener en cuenta la raza o la etnia”. Meyer no tiene problema en calificarlo puramente de racismo.

“Creo que sí es un racismo de querer limitar la entrada de personas de color al país, o limitar a los que están aquí de no poder quedarse legalmente en el país, porque es difícil leerlo de otra forma”, asegura. En la mente todavía perdura la cita de Trump de “países de mierda” al referirse a las naciones africanas y la reiteración de su deseo de que los migrantes lleguen de países como Noruega.

Con el paso del tiempo se ha visto una evolución. Lo que al inicio eran políticas de puro carácter nacional, con implicaciones y acciones domésticas, ahora se han externalizado y exportado. Lo que antes eran medidas internas —veto migratorio, separación de familias en centros del gobierno—, ahora se han transformado en algo como una subcontrata de países como México o los centroamericanos para que retengan a los migrantes en sus territorios. Y ese es el gran “reto” al que se enfrenta Estados Unidos, según Meyer: hacer entender a la población que lo que está pasando al sur de su frontera importa. Porque muchos se han quedado en los niños enjaulados (algo que se visibiliza en los debates electorales demócratas, donde todas las referencias se quedan sólo en esas imágenes) y desconocen o desvían su interés cuando las políticas migratorias salen de Washington pero se aplican en otro país, como con los acuerdos de asilo con Guatemala o el programa Quédate en México. “En el momento en el que [las políticas antiinmigrantes] ocurren en México, es como que la gente se apaga y no está poniendo atención a eso, como si nada estuviera pasando”, resolvió Ramón.

¿Qué depara el futuro? El augurio de Meyer apunta hacia una ofensiva en el tema de las solicitudes de asilo de los que todavía no se han visto afectados duramente por las medidas aplicadas: los mexicanos. Ya se están estableciendo proyectos piloto para conseguir hacer el proceso extremadamente difícil: esta semana, por ejemplo, aparecieron reportes de la obligación de un chequeo médico para poder acceder a EU. Un simple resfriado descalifica y obliga a regresar al peligro de la espera fronteriza por un periodo que puede ser de muchas semanas.

“Lo que estamos viendo, que también es permanente, es una reconfiguración de lo que ha sido la historia de migración y asilo en Estados Unidos”, reflexionó Meyer. Para la experta se está “regionalizando” la migración, haciendo que EU ya no sea, para muchos, el primer país de destino. Y ahí México tiene un papel protagónico, con “gran responsabilidad” y mucha presión desde el vecino del norte.

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