De las culturas clásicas todavía tenemos mucho que agradecer, para empezar, nuestro alfabeto y nuestro idioma. Los cánones de belleza siguen siendo la base de los estudios artísticos y la aspiración de muchas personas. Con los Juegos Olímpicos, por ejemplo, permanece el espíritu de fuerza, determinación y admiración que solo podían alcanzar personajes que se consideraban, precisamente, casi dioses.

Los romanos invirtieron muchísimos recursos en construir su imperio. No escatimaron en nada. A pesar de que tenían una notable distinción de clases y privilegios, muchas de sus obras estaban destinadas a lo público. Hicieron acueductos, calzadas, foros, teatros, templos, baños, sistemas de drenaje, etc., muchos de los cuales persisten al día de hoy por toda Europa. Sin duda fueron uno de los mejores ejemplos en cuanto a obra pública que fuera funcional, que perdurara por siglos y que demostrara su ingenio, capacidades y, sobre todo, el poderío de su imperio y sus autoridades.

Los emperadores, a través de sus arquitectos, promovían las grandes obras y no escatimaban nada. Los materiales tenían que ser los mejores, el diseño era el más adecuado y funcional. Entre mejor estuviera construido y más costoso fuera el proceso, mejor era para ellos, porque entonces, cuando sus enemigos o los pueblos vecinos se topaban con sus construcciones, entendían fácilmente las capacidades de estos gobernantes para llevar bienestar, esplendor y poder a sus ciudades.

Lamentablemente, esta práctica no ha sido herencia de nuestras culturas madres. Vivimos en un país en donde, por supuesta transparencia, se someten a concurso obras importantísimas a fin de que sea siempre el mejor postor, pero también el más económico, el que las lleve a cabo; que porque los recursos son públicos (pero los salarios y prestaciones de políticos ni se tocan, y también se pagan con nuestros impuestos). Consecuencias de esto es que es normal ver obras fallidas como el brazo del Distribuidor Juárez que colapsaba hace un par de años.

Ahora vemos nuevamente la tragedia ocasionada por la falsa austeridad. Las averías en la infraestructura del metro en la Ciudad de México se denunciaron hace años. Después del sismo del 2017 los daños eran evidentes, y a pesar de las voces de la población, las autoridades no hicieron nada al respecto. La señora Claudia Sheinbaum declaró que diariamente se da mantenimiento a la línea 12 del metro, ¿acaso nadie vio en sus labores diarias cómo el tramo estaba a punto de colapsar?

Mientras los gobiernos pseudodemocráticos mantengan sus políticas de pseudoausteridad en este país, esto no va a dejar de suceder. Lo que necesita México es precisamente lo contrario: grandes inversiones y grandes gastos en obra pública, porque esto sí deviene en grandes beneficios. No sirve de nada reparar, parchar o bachear calles como lo hacen en muchas ciudades; porque no arreglan nada. Hacen falta construcciones completas e integrales de espacio urbanos.

Seguramente los ciudadanos estaríamos más conformes de ver que los impuestos se gastan en obras que evidencian buenos resultados. Si el dinero es público, que se gaste de una forma en que nos lo merecemos los que hacemos uso de los espacios urbanos. No queremos gobiernos de austeridad, queremos gobiernos que hagan prosperar a México gastando de forma adecuada los recursos de todos. En este país la transparencia, la justicia y la prosperidad funcionan según les convenga a los que ocupan cargos, otra vez, públicos.

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