El suicidio de Armando Vega-Gil me ha dolido profundamente. Y me ha sumido en un mar de confusiones. Lo primero, porque me pareció siempre un extraordinario ser humano. Lo segundo, porque es una historia mal contada. Absurdamente mal contada. Una canción fallida de principio a fin. Un rock disparatado, caótico, al que le hiciera falta el orden que impone el bajo que ejecutaba magistralmente el Cucurrucucú de Botellita de Jeréz, que ahora se ejecutó a sí mismo.

Nunca fuimos amigos. Al menos de esos que se citan para comer o echar un trago. Eso sí, quedamos cien veces de “hablarnos” y ahora me pesa no haberlo hecho. Y es que traigo en el corazón tantas desveladas en mis programas con los Botellos y la alineación original con Arau y El Mastuerzo. Pero también en el alma mis entrevistas gozosas con Armando, por las apariciones de la treintena de libros que escribió y por los que fue premiado en los géneros de cuento, poesía y literatura infantil.

A propósito, una niña de 13 lo conoció hace 14, cuando él tenía 50, y en este 2019 anónimamente ella se decidió a contar su historia, la que llevó a Vega-Gil a la decisión última de suicidarse: una jovencita que idolatraba a Botellita y conoce a Armando quien la invitó a su casa junto con sus amigas en dos ocasiones, según narra ahora desde la perspectiva de sus 27; “se aprovechó de mi ingenuidad y me engatusó con su sabiduría y sus triunfos… sentí que me veía raro y eso me hacía sentir incómoda, pero no le di importancia porque yo no tenía las herramientas para entender que esas miradas lascivastenían una carga sexual… empezó a hacer comentarios de mi físico, me decía que era muy bonita y que cualquiera desearía estar conmigo… a mí me incomodaban ese tipo de comentarios pero no los identificaba como algo siniestro… me mandaba mensajes, me decía que quería enseñarme a besar… cosas cada vez más asquerosas y explícitamente sexuales hasta que me dio muchísimo miedo, decidí bloquearlo y cambié de número de celular… años después me lo llegué a encontrar en conciertos (no dice de quién) y en diferentes lugares y él siempre me saludó como si nada”.

Extraño: la ahora joven de 27 no recuerda ni consigna en su denuncia que cuando niña de 13, Armando siquiera la haya tocado. Sin embargo, argumenta: “me tomó muchísimos años (no dice cuántos) asimilar lo que pasó y sobre lo que pudo haber pasado…si hubiera tenido un gramo más de inocencia y hubiera ido a su casa sola, estoy segura de que ese viejo hubiera abusado de mí”.

Esta denuncia de la anónima joven de 27-14, subida al estruendo de las redes, fue suficiente para que en un último mensaje de una voz que empezaba a ausentarse dijera: “aunque se supiese la verdad ya me hicieron polvo… ya no tengo credibilidad como músico y escritor… me voy a quedar sin trabajo, porque la mayoría de las cosas que hago son para niños y adolescentes”. Para finalmente escribir: “No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal”.

La respuesta de las mujeres que implementaron el #MeToo Músicos Mexicanos, me hiela la sangre: “El suicidio de Armando Vega Gil es responsabilidad de Armando Vega Gil…queremos informarles que por más que nos sigan violentando, NO NOS VAMOS A CALLAR”.

Por eso prefiero quedarme con lo que dijo alguna vez Armando: “Los escritores somos como cazadores de mariposas, si vemos una que anda volando, la atrapamos hasta escribirla y soltarla de nuevo”.

Periodista. 

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