En esta ocasión le pedí a mi entrañable amiga chilena, Pamela Catalán Segovia, ayuda con el texto de esta semana. Ella es profesora de Lengua y Literatura Hispánica en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Barcelona, Diplomada en Gestión del Capital Humano por la Universidad Adolfo Ibáñez y Diplomada en Historia del Arte por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; además es amante del cine y todo lo que sabe disfrutar de la vida, lo comparte con esa sonrisa eterna que tanto la caracteriza.

Óscar del cansancio

Terminé el 2019 con un nivel de agotamiento que creo no haber sentido nunca antes. Muy probablemente, tenga relación con que Chile, donde vivo, enfrenta su peor crisis político-social en más de 30 años, impidiendo la rutina diaria como era hasta antes de octubre. Así las cosas: durante enero, ya con un poco más de normalidad por el verano, muchas protestas y violencia en el aire, me obsesioné por preparar estos Premios Óscar porque el cine siempre ha sido una de mis pasiones y, más de una vez, me ha rescatado cuando la moral ha estado baja.

Con no poca sorpresa, he constatado que todos los filmes que postulan a mejor película este año, directa o indirectamente, nos muestran las injusticias y experiencias amargas del mundo. Fuera de las obvias similitudes entre Ciudad Gótica y el actual Chile (Donde incluso hay marchas contra el gobierno que se han organizado con disfraces de Guasón), la salud mental precaria y el abandono por parte del Estado hacia los más desposeídos parece un tema muy propio de nuestro continente.

El sistema neoliberal en el que vivimos y su doble moral son despiadadamente desnudados en Parásitos, como así también el poder del dinero (Que aplasta a quien sea) queda evidenciado en Ford v Ferrari (Contra lo imposible, también llamada Le Mans ‘66).

La angustia de la pérdida emerge de las experiencias que nos muestran Historia de un matrimonio con un doloroso divorcio; 1917 y Jojo Rabbit nos muestran los horrores de la guerra (Cada una a su particular manera) y, por qué no, Érase una vez en Hollywood nos mantiene al borde del asiento, dado que todos sabemos cómo terminó la triste historia de Sharon Tate. Además, la culpa, el darle algo de sentido a lo vivido, resulta gravitante en El irlandés.

Quizás la única película que no me resultó angustiante de ver fue Mujercitas, pero, como mujeres, sabemos que las limitantes que denuncia Louise May Alcott en su tiempo, han cambiado… de forma, más que de fondo y, así, la película parece decirnos que esta larga lucha para poder ser nosotras mismas y realizarnos, continúa.

Ni mi cansancio ni mi nivel de angustia bajó tras ver la selección de la Academia para las mejores películas del año. Me atrevo a afirmar que es mejor así: evadir los horrores de la vida, del sistema neoliberal o del patriarcado no es la respuesta, y me viene a la memoria La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han, que siguiendo a Handke, afirma: “El ‘cansancio fundamental’” suprime el aislamiento ecológico y funda una comunidad que no necesita ningún parentesco. En ella despierta un compás especial, que conduce a una concordancia, una cercanía, una vecindad sin necesidad de vínculos familiares ni funcionales” y, de esta forma, mi agotamiento se transmuta en una especie de fraternidad con todos los realizadores y espectadores que estamos cansados de este mundo como es y quisiéramos uno mejor.

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