La pandemia está provocando tendencias diversas y a veces dispares. De un lado, por ejemplo, estamos apreciando que muchos países han adoptado respuestas aisladas, de forma descoordinada de otros gobiernos, privilegiando sus propios intereses o bien, están reaccionando de manera preventiva ante escenarios de conflicto incrementado. Todo ello pareciera presagiar el aumento de rivalidades, enfrentamientos o tendencias muy distantes a la solidaridad internacional, en teoría más necesaria que nunca. Sin embargo, al mismo tiempo, estamos viendo una serie de esfuerzos solidarios a nivel global que proceden de otro ámbito, el de nuestras sociedades civiles, esfuerzos que parecen indicar que las situaciones caóticas pueden, a veces, llegar a elevar la concientización social para actuar colaborativamente en momentos difíciles. Esta otra historia merece también ser contada.

En efecto, desde el inicio de esta crisis hemos visto cómo es que la pandemia está produciendo una enorme cantidad de conflictos entre distintos gobiernos. Primeramente, una reacción generalizada ha sido la de implementar medidas de manera unilateral, descoordinada, pensando en cómo aislar al país propio del peligro y “salvarle”, independientemente de lo que pase con el sistema global en su conjunto. Luego, hemos visto cómo es que esas medidas descoordinadas han provocado choques y disputas incluso entre aliados como ha ocurrido entre Europa y EEUU. Además de ello, la pandemia ha tenido otro tipo de efectos como las tensiones suscitadas entre Rusia y Arabia Saudita a causa del petróleo, las diferencias entre Europa del Norte y Europa del Sur al respecto de las medidas de rescate, o bien, el uso de estrategias propagandistas para culpar a otros países de no haber contenido la epidemia, o haber permitido que se expandiera sin control, a fin de desviar la atención de las críticas internas por el propio manejo de la crisis. Hay un factor adicional: en estos días, muchos actores están percibiendo a otros como distraídos por su situación sanitaria o debilitados por la crisis económica que apenas inicia y esto parece estar catalizando la necesidad de enviarse mensajes de fuerza. Podemos verlo en el caso de países como Irán, EEUU o China, pero también con actores no estatales como grupos criminales o terroristas. Es notable el incremento en la utilización de señales para que no se piense que están bajando la guardia o que están desatendiendo sus metas centrales. Así, los enfrentamientos entre las potencias han rebasado el discurso y se mantienen escalando en otras esferas como la ciberguerra, la guerra informativa, o el ámbito militar. Una conclusión podría ser entonces que, la pandemia, lejos de producir un espacio para la cooperación o la solidaridad internacional, está incentivando el conflicto.

Este es el punto en el que vale la pena introducir la otra narrativa. En México sabemos muy bien que, en tiempos críticos ocurre que nuestra sociedad descubre formas de organizarse y responder, las cuales incluso a veces rebasan a nuestros gobiernos. Algo similar parece estar sucediendo hoy a nivel global. Desde inicios de la pandemia, el activismo de las sociedades civiles en varias partes del mundo está mostrando un dinamismo digno de destacarse, de acuerdo con un reporte del Carnegie Endowment for International Peace. Esto está incentivando la colaboración y coordinación de actores en muy distintos rubros, lo que arroja interesantes áreas de oportunidad. Sintetizo algunos de los ámbitos de cooperación mencionados en el reporte:

1. El surgimiento de nuevas asociaciones voluntarias e iniciativas de ayuda mutua, lo que incluye, por ejemplo, la colaboración de actores de la sociedad civil con empresas locales, colectas para la atención a situaciones de emergencia, equipo médico o alimentos, entre muchos esfuerzos más más. Lo destacable no es la existencia de estas iniciativas, muchas de ellas ampliamente conocidas desde hace décadas, sino el impresionante crecimiento de iniciativas nuevas en todas partes del globo.

2. La reorientación de objetivos y actividades de organizaciones de la sociedad civil hacia la atención de la emergencia. En este rubro es posible apreciar cómo es que muchas agrupaciones que destinan sus esfuerzos a proyectos de largo plazo, en estos momentos se encuentran enfocadas en asistir a labores de necesidad inmediata, o que están aprovechando su amplio conocimiento y vasta experiencia de formas que puedan funcionar para mitigar los efectos de la crisis actual. Esto incluye, por ejemplo, a organizaciones que normalmente trabajan a favor de los derechos humanos, o asuntos de democracia, y que hoy se están enfocando de manera muy activa en temas como la protección a grupos vulnerables.

3. Asimismo, muchos grupos de profesionales se encuentran librando una gran batalla en contra de la desinformación en muy diferentes partes del planeta. Esta labor no es menor. En este espacio hemos explicado cómo es que el estrés colectivo y otros efectos psicosociales generados por el contacto con noticias son brutalmente acentuados por el esparcimiento de noticias falsas, sobre todo porque, según la investigación, éstas viajan más velozmente y llegan más lejos que las noticias verdaderas. Por si eso no basta, estamos inmersos en guerras informativas entre actores locales o actores internacionales que aumentan la dimensión de los efectos psicosociales mencionados. Por consiguiente, la labor de profesionistas dedicados a verificar y validar la información, ha contribuido en toda clase de países a reducir el impacto de teorías de conspiración, tendencias xenofóbicas, el aumento del odio a grupos sociales específicos y el incremento de la polarización, o bien, ha ayudado para contrarrestar las acciones de gobiernos que están aprovechando las circunstancias actuales para criminalizar la libre expresión cuando ésta opera en su contra.

4. De hecho, más allá de temas de libre expresión, muchas organizaciones en el mundo están participando de manera activa y colaborativa para exigir cuentas a sus gobiernos, o para frenar respuestas antidemocráticas o de uso excesivo del poder. En aras de proteger la vida, la salud y la seguridad, hay demasiados ejemplos en todo el globo de gobiernos que se han atribuido poderes extraordinarios como el espionaje o la violación a distintos derechos humanos. Este ha sido uno de los grandes temores que la pandemia ha ocasionado, especialmente entre sociedades acostumbradas a la rendición de cuentas, a la transparencia y al ejercicio de las libertades. De manera que se puede apreciar un esfuerzo colectivo de sociedades civiles a nivel local e internacional para contener estos riesgos.

5. La reactivación y redirección de los movimientos de protesta que se habían estado presentando en muy distintas partes del mundo en tiempos recientes en sitios tan diferentes como Líbano o Chile, Hong Kong o Irak, Argelia o Irán. Ante la falta de posibilidad de los ciudadanos de salir a la calle a manifestarse, en varios de esos países y en otros, estamos apreciando una impactante capacidad de adaptación ante las circunstancias actuales o la movilización digital en torno a distintos temas, algunos de ellos relacionados con los que preexistían a la pandemia, y otros más relacionados con la pandemia misma como ha sucedido sorprendentemente en China. En otros países, las movilizaciones de calle han continuado, aunque de formas diferentes. Ayer mismo, manifestantes en Grecia portaban máscaras protectoras con una leyenda que decía: "Incluso las bocas tapadas tienen voz". Este activismo ya ha producido impactos varios en sus distintos países.

A pesar de que el reporte concluye con una serie de ámbitos en los que se requiere que estos esfuerzos logren coordinarse aún más, logren transitar de la acción local hacia iniciativas más transnacionales y logren rebasar los objetivos inmediatos para producir efectos de más largo plazo, es importante darnos cuenta que ahí, en el seno de nuestras sociedades, es en donde se encuentra la forma de contrarrestar las tendencias aislacionistas, conflictivas, autoritarias y/o carentes de solidaridad que estamos viendo activarse por parte de varios gobiernos en el mundo. No es la primera crisis sistémica que vive nuestro planeta. Tal vez es una de las mayores, pero no la primera. Ya de otras crisis, la sociedad internacional ha logrado extraer aprendizajes para desarrollar comportamientos, normas, instituciones y estructuras que fomenten una mayor colaboración entre nuestras colectividades y nuestros muy diversos países. Ojalá se pueda aprovechar estos momentos de conciencia social para conseguirlo también ahora.


Analista internacional. @maurimm

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