Paco Taibo les había aconsejado fraternalmente quedarse quietos en su esquina o cambiarse de país.

El presidente de México, más generoso, les recomendó dar clases y vivir de forma austera.

Son las salidas que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ofrece a dos de sus críticos. Es la respuesta al desplegado firmado por 650 miembros de la comunidad científica y cultural de México, que el viernes pasado lo llamó a moderar el tono de estigmatización y difamación permanente que ha impuesto desde la más alta tribuna contra quienes él llama “sus adversarios”.

A los seis meses de la llegada de AMLO a la presidencia, Gabriel Zaid hizo la lista de apodos, adjetivos y “latigazos de lexicógrafo” que el presidente, “artista del insulto, del desprecio, de la descalificación”, había endilgado, “con todo respeto”, a un sector de los ciudadanos que gobierna: el sector que no le aplaudía de manera incondicional.

Desde fines de 2018, la inmoderación verbal del presidente hizo que Artículo 19 le recordara que la información y las opiniones emitidas por periodistas sobre funcionarios públicos “gozan de especial protección bajo la Convención Americana sobre los Derechos Humanos”, y le pidió no contravenir el deber de tolerancia a la crítica a que lo obliga “el carácter de interés público de las actividades que realiza”.

Artículo 19 le recordó que el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas expidió en septiembre de 2018 una resolución que “urge a líderes políticos, funcionarios públicos y autoridades de abstenerse a denigrar, intimidar o amenazar” a medios de comunicación o periodistas, pues exponen a los comunicadores a riesgos mayores que los del insulto y pueden ser interpretados “como instrucciones, instigaciones o autorizaciones para la comisión de actos que pongan en riesgo la vida, seguridad personal u otros derechos de los periodistas”.

Pese a todo, AMLO continuó en la francachela verbal: siguió repartiendo adjetivos como si fueran dulces: quienes no coinciden con él han sido llamados camajanes, fifís, sepulcros blanqueados, zopilotes, siniestros, peleles, fichitas e inmundos...

El Comité para la Protección de los Periodistas ha calificado de “deplorables” los comentarios que el presidente ha hecho en contra de la prensa. De nueva cuenta, Artículo 19 le solicitó en abril pasado no estigmatizar ni a medios ni a periodistas, “tomando en cuenta el contexto nacional de violencia que las y los periodistas padecen”.

Las palabras cayeron en oídos sordos.

Desde el día uno de su gobierno el presidente de México, sin embargo, se ha dedicado a incriminar, a aplastar, a aniquilar. Con lenguaje verbal excesivamente violento ha descalificado a EL UNIVERSAL, a Reforma, a Animal Político, a El Financiero, a El Economista, a Proceso, a Nexos, a Letras Libres...

Ha señalado con índice de fuego a periodistas que cometieron el delito de informar cosas que a él no le parecía que debían ser informadas.

Sin más elementos que su palabra, ha acusado y sentenciado de manera instantánea a empresarios, funcionarios y políticos, a los que decapita frente al país entero.

“No me van a quitar el derecho a la palabra”, dijo en respuesta al desplegado de los 650.

En un tronar de dedos la maquinaria a su servicio le consiguió miles de firmas de apoyo, en un documento cuyo fin era, nuevamente, anular, aplastar, desautorizar a quienes piden una conversación pública menos tóxica.

El ministro en retiro José Ramón Cossío Díaz explicó en una entrevista con este diario que, si el presidente confrontara las noticias, las afirmaciones, las opiniones, estaríamos ante un ejercicio de libertad de expresión legítimo. Pero el presidente denuesta ad hominem a medios y periodistas, y esto, sencillamente, es un atentado contra la libertad de expresión. Un abuso de poder del presidente más poderoso que ha habido en México en mucho tiempo.

“Yo practico el amor al prójimo, si yo odiara, no podría vivir, no podría gobernar”, acaba de decir el presidente en su “mañanera”.

Esa manera tan peculiar de practicar, a partir del escarnio, el amor al prójimo, ha dejado un país profundamente partido, profundamente dividido.

Se le pide moderar el tono, detener la polarización, no quedarse callado ni guardar silencio. Pero él responde que es el presidente más atacado desde Madero, y reanuda las agresiones, las burlas, las risas.

No hay posibilidad de diálogo.

Solo queda el monólogo en busca de aplauso, y esto terminará siendo desastroso para México.

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