Nota de Al Jazeera del 2020: “Italia confisca drogas fabricadas por el ISIS de Siria por valor de mil millones de euros”. Fecha: julio 1. En plena pandemia. Ese “ISIS de Siria”, que Trump tantas veces dijo que estaba “terminado”, está brutalmente sumergido en operaciones de narcotráfico y crimen organizado para financiarse; y no ahora, sino desde hace años. De acuerdo con Al Jazeera, Siria se había convertido en el mayor productor de anfetaminas a nivel global, y el decomiso reportado en Italia era la mayor incautación de esa droga en toda la historia. Salvo que, en marzo de este año, se produjo un decomiso incluso mayor en Malasia: 94 millones de píldoras de anfetamina incautadas. También procedentes de Siria, pero ahora con más información al respecto. De acuerdo con el New York Times y otros medios, lo que se ha construido en Siria después de 10 años de guerra civil, es una verdadera industria de drogas que es manejada por familiares y socios del presidente Assad, que involucra negocios y contactos entre diversos actores locales y regionales como, por ejemplo, el Hezbollah libanés (cuya presencia e involucramiento con organizaciones criminales en nuestro continente, ha sido bien documentada). Así que el tema importa, y mucho.

Importa por varias razones. Primero, porque se requiere entender, de manera sistémica, los múltiples vínculos que existen entre la ausencia de paz, la presencia de dinámicas violentas (los cuales no son conceptos idénticos pues la paz no se limita a la ausencia de violencia), la debilidad estructural de instituciones, la corrupción, el terrorismo y el crimen organizado. Si eso realmente se comprende, entonces el levantamiento de un narcoestado sobre las “cenizas” que deja la guerra civil (NYT, 2021) no debería sorprender a nadie. Segundo, el tema importa por la dimensión transnacional del fenómeno. Basta mirar un mapa de las incautaciones de anfetamina procedente de Siria—desde Italia y Grecia hasta Arabia Saudita o Malasia—para comprenderlo. Esto es lo que nos obliga a asumir que las venas que permiten que fenómenos como el terrorismo o el crimen organizado existan, se nutran, florezcan y se reproduzcan, son venas que corren a través de todo el sistema planetario, y que pasan por países como el nuestro, alimentándose, por supuesto, de las condiciones locales, pero no naciendo ni terminando en ellas.

Pensemos específicamente en el caso sirio. El Captagón es el nombre de marca de la fenetilina, una droga ilegal compuesta de anfetamina y teofilina que ha ganado mucha popularidad en diversos países árabes. En el pico de la guerra siria, al Captagón la llamaban la “droga de los jihadistas” por su frecuente uso entre combatientes de la filial siria de Al Qaeda y de ISIS. Pero estas agrupaciones no solo encontraron utilidad en el consumo de la droga entre sus filas, sino que fueron empleando sus múltiples redes y conexiones para traficar con ella, tanto dentro de ese país, como fuera de él. El narcotráfico es una de las muchas formas como el terrorismo se conecta con el crimen organizado. Hay muchas más.

Pero pasados los años, el presidente Assad logró recuperar buena parte del territorio que su ejército había perdido, lo que incluía una sección del país que ISIS llegó a controlar. El resto del territorio que esa agrupación ocupaba, le fue arrebatado entre 2015 y 2018 por la coalición liderada por Estados Unidos que incluía a las fuerzas kurdas.

A pesar de todo ello, sin embargo, la guerra siria no ha concluido del todo. Permanecen al menos cuatro conflictos latentes que en distintos momentos, siguen estallando. Entre otros factores, ISIS sigue viva—y cometiendo atentados—con una fuerza de entre 10 y 20 mil combatientes que han pasado a la clandestinidad. Además, sigue habiendo distintas milicias rebeldes activas en el país. Las fuerzas kurdas, aliadas de Washington, se mantienen controlando casi 25% del territorio. Potencias extranjeras como Turquía, Rusia e Irán, además de distintas milicias proiraníes como por ejemplo Hezbollah, mantienen importante presencia militar, e Israel sigue conduciendo frecuentes bombardeos en territorio sirio, sin señales de que ello vaya a cambiar próximamente.

Bajo ese panorama, parece evidente que no existen condiciones para reconstruir un estado que pueda cumplir con los requisitos de una paz sostenible, de acuerdo con lo que se ha investigado al respecto (ver Instituto para la Economía y la Paz o IEP, 2021). Entre otros elementos, si no hay instituciones y estructuras sólidas que permitan la construcción y consolidación de esa paz, las probabilidades de que la violencia (en muy distintas facetas) estalle, se mantienen latentes. En ese tipo de entornos, fenómenos como el crimen organizado, tienden a florecer. Además, en un país como Siria que ya desde mucho antes del 2011 presentaba deficiencias en lo que el IEP denomina las columnas o pilares de la paz (que incluyen, por ejemplo, el buen funcionamiento del gobierno, bajos niveles de corrupción, libre flujo de información, respeto a derechos humanos o distribución equitativa de recursos, solo por mencionar algunos), la guerra civil, su desenlace, y sus innumerables efectos locales, regionales y globales, han hecho todo menos ayudar en la edificación de esos pilares.

Como resultado, se produce el escenario perfecto para que distintos actores saquen partido, y conviertan al país en el mayor productor de anfetaminas a nivel global.

De acuerdo con la investigación del New York Times, una gran parte de las operaciones de la red está supervisada por la Cuarta División Blindada del Ejército Sirio, una unidad de élite comandada por Maher al-Assad, el hermano menor del presidente y uno de los hombres más poderosos de Siria. “Los actores principales también incluyen a empresarios con vínculos estrechos con el gobierno, el grupo militante libanés Hezbollah y otros miembros de la familia extendida del presidente, cuyo apellido garantiza la protección para actividades ilegales”.

Lo más importante, quizás, es la dimensión transnacional del fenómeno. Las conexiones de la red siria se suman a otras redes de tráfico de drogas, armas y lavado de dinero, que extienden su presencia a través de decenas de países, de los cuales nos enteramos por las incautaciones, pero que incluyen muchos más eventos que no son descubiertos, convirtiendo a este en un verdadero fenómeno internacional.

Esto es, me parece, lo que tenemos que escuchar con atención. No porque el crimen organizado se alimente de circunstancias locales, eso significa que se trate de algo que solo interesa a las poblaciones locales. La naturaleza de algunas de sus caras como lo son el narcotráfico, el tráfico de armas o el lavado de dinero, es transnacional. En esto no hay nacionalidades sino redes que corroen a las sociedades, las atraviesan y que se expanden tan lejos como les sea posible.

Por ello la necesidad de un pensamiento sistémico, tanto para el diagnóstico de la problemática, como para trazar rutas y soluciones coordinadas y colaborativas entre nuestros muy distintos países. No solo entre gobiernos, sino entre distintos actores de nuestras sociedades, como el sector privado o el social. Un fenómeno complejo, multidimensional, se necesita abordar así, compleja y multidimensionalmente. Pero eso pasa por entender que el espejo sirio, o el afgano, o el mexicano, reflejan rostros mucho más similares entre cada uno de esos países, de lo que a veces nos percatamos.

Twitter: @maurimm

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