Dos días lleva como defensora nacional de los derechos humanos y Rosario Piedra Ibarra ya es un cartucho quemado. No por su trayectoria sino por la manera en que llegó.

Una dudosa elección senatorial —si no es que mañosa o hasta fraudulenta—, coronada por una juramentación vergonzosa, indigna de una representación federal, la parió sin la fuerza de la legitimidad, como sin credibilidad de origen la dejó el hecho de ser legalmente inelegible, por haber ocupado un cargo de dirección partidista al que no renunció un año antes de su designación.

De manera que, sin animadversión ideológica alguna, puede colegirse que la hija de doña Rosario Ibarra de Piedra dejó de ser funcional para el cargo al momento mismo de iniciarlo. ¿Le van a creer sus defendidos?, ¿la van a respetar quienes ejercen el poder?

Pero aun en medio de semejante embrollo, AMLO tiene frente así una oportunidad de oro para demostrar que es congruente con la honestidad personal e intelectual sobre la que sustenta la autoridad moral de la que tanto hace alarde. ¿Cómo? Dejando de lado el ostensible apoyo político que ha dado a Piedra Ibarra (con el argumento, válido sin duda, de que sea por primera vez una víctima quien encabece la CNDH) y enviando la señal de que, conforme a la ley, se corregirá o repondrá ese cuestionado proceso electivo. Aferrarse, como lo ha hecho en otros temas y asuntos, en nada le ayudaría a su causa y dañaría inconmensurablemente a la defensoría de los derechos humanos.

Con la elección de la Ombudsman nacional, chocaron en el Senado dos posiciones ideológicamente confrontadas. Después de dos votaciones plenarias en las que Piedra Ibarra no alcanzó la mayoría calificada (dos terceras partes de los votos de los presentes), una tercera, con sorpresivo resultado, apenas y se la dio. Los senadores del PAN denunciaron fraude en la votación e intentaron documentarlo con un video. La mayoría de Morena, con su líder y presidente de la Junta de Coordinación Política, Ricardo Monreal desmontaron, también con video, la acusación original, y denunciaron una instrucción precisa del panismo de “armar un desmadre”. Los blanquiazules contratacaron con el argumento de que solo se contaron 114 votos de los 116 depositados en las urnas. Morena respondió que se escrutaron 114 cédulas y no un sobre y una papeleta en blanco misteriosamente depositadas. El PAN no cedió y se preparó para impedir la toma de protesta. Monreal planteó nueva elección, con la misma terna. Dio el argumento que debió haber prevalecido: escuchemos la voz de la minoría. Pero la mayoría de Morena lo rechazó y aplastó la moción.

¿Qué teníamos entonces? Una mayoría intransigente aferrada en imponerse y una minoría, perversa y dolida, aferrada en evitarlo. El choque de los duros de uno y otro bando o, como dice la voz popular oaxaqueña cuando colisionan dos necios, “ahora si se juntó piedra con coyol”.

Si AMLO hace lo que está en sus manos y facultades para facilitar que se limpie este triste episodio, estaría siendo congruente con su historia misma. Él pidió en 2006, tras la elección presidencial de ese año, el recuento voto por voto de lo que a su juicio fue un fraude electoral y, a la larga, factor decisivo para que ganara la presidencia en 2018. Su demanda le fue negada por razones leguleyas, coma ahora se niega la reposición del proceso para la CNDH. Felipe Calderón rindió protesta en una sesión legislativa tan vergonzosa como la que vimos el martes pasado en el Senado y que marcó la ilegitimidad con la que llegó al poder y que orientó, para bien o para mal, las decisiones tomadas durante su mandato. AMLO y la mayoría de Morena que entonces se batieron para evitarlo, como ahora lo han hecho los senadores panistas, tienen aún la oportunidad de quitarse esa mancha de ilegalidad.

No hay ganador alguno con la designación de Rosario Piedra Ibarra como presidenta de la CNDH y sí un gran perdedor: el mexicano común. La gente, pues, que muy explicablemente, no creerá en sus resoluciones ni dispensará autoridad moral a quien la preside. A ese gran perdedor se suman otros: AMLO, por supuesto, el gobierno de la 4T, el PAN y sus senadores y el propio Ricardo Monreal a quien las imágenes de la sesión senatorial en la que Rosario Piedra Ibarra rindió protesta entre empellones y tacleadas de sus pares, lo mostraron, junto con Cristóbal Arias y Germán Martínez como niños burlándose de los perdedores, triste evocación de la famosa “roqueseñal”, aquella que dejó ver el diputado priista Humberto Roque Villanueva cuando el 17 de marzo de 1995, los diputados nos la dejaron caer con un aumento del IVA. Hoy como entonces se juntó la piedra con el coyol.

 / @RaulRodriguezC

Google News