Será el último Mundial como lo conocemos, en un país donde el futbol tiene mucha importancia y donde su infraestructura hará que no tenga problema alguno para la organización. Rusia, pese a sus enormes distancias entre ciudades, es una sede acorde a lo que necesita este evento. No es la excentricidad de la sede conjunta Japón-Corea del Sur en 2002, ni mucho menos la de Sudáfrica 2010, que fue entregada más por compromiso electoral que por el sentido común. Tampoco es, ni cercana, a Qatar 2022, la decisión más corrupta en la historia de la FIFA.

A 100 días del inicio empiezan a salir cifras espeluznantes para los organizadores, quienes demuestran que cada vez es más complejo albergar un acontecimiento deportivo de esta índole y que, sin la capacidad económica de un país rico, con intervención gubernamental, sería imposible hacerlo. Han invertido 10 mil 800 millones de dólares en la organización y el presupuesto federal de Rusia absorbe el 55% del gasto total. Es decir, en vez de disminuir los costos, como estaba proyectado, aumentaron 325 millones de dólares.

Doce estadios en 11 ciudades. El más grande, el Luzhniki en Moscú, con capacidad para 81 mil 300 aficionados, y el más pequeño, el de Ekaterimburgo, con 35 mil asientos. Al ser la cuarta ciudad más poblada de Rusia, llama la atención este dato; incluso, para los partidos del equipo local, el Ural, la capacidad es solamente de 27 mil personas. La mayoría de los estadios ronda el promedio de 42 mil; es decir, Rusia está lista para recibir el Mundial de las grandes distancias.

La primera Copa del Mundo de la nueva FIFA, donde los observadores estarán pendientes de todo, porque será la más politizada desde aquella lejana Argentina ‘78. Un país donde la mitad de los 146 millones de habitantes son considerados pobres, donde mueren más rusos de los que nacen al día y donde el 53.7% de la población es femenina. Un gobierno que aprovechará el Mundial para intentar demostrar y reclamar un espacio en el planeta, para que se hable de ellos e intentar borrar la imagen de apoyo a Siria o las informaciones de intervención en las elecciones de Estados Unidos.

Rusia quiere lavar la imagen de la llamada política de estado de dopaje; así, ridículamente catalogada por el Comité Olímpico Internacional, y que los marginó de competir bajo su bandera a inocentes deportistas, limpios de dopaje en los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur.

El Mundial sin Italia, sin Holanda, sin Chile. El de la obligación para llegar al quinto partido para la Selección Mexicana, porque todo lo menor a esto no servirá para maldita la cosa.

También será el del VAR (Video Assistant Referee), en el que la manipulación de un partido debe desaparecer. No más errores de árbitros, que durante la historia de las Copas Mundiales han manchado a este deporte. Sólo 100 días. Emociona pensar que faltan poco más de tres meses para el inicio.

Google News