Como candidato, Andrés Manuel López Obrador sabía muy bien cuál era el más grande problema que envolvía al país. Como presidente, está desmantelando las piezas más sólidas de la estructura que lo constituyen. Porque, como lo dijo tantas veces, México, efectivamente, estaba bajo el domino de la mafia del poder. Y el poder de la mafia aprovechaba instituciones, leyes, personas y recursos para su exclusivo beneficio.

Parafraseando al Rey Sol, Luis XIV, quien expresó: “El Estado soy yo”, para imponer su voluntad en todo y vivificar el absolutismo durante 72 años, los grupos que gobernaron al país durante casi un siglo lo expresaron con hechos y, sobre la máxima de la complicidad, se asumieron como “El Estado somos nosotros”.

Así, desde el Presidente de la República hasta el “regidor” más humilde, se apropiaron del patrimonio nacional mediante la observancia y la casi sagrada costumbre de cubrir, unos a otros, las corruptelas y excesos que cometían, elementos generadores de las llamadas comaladas de nuevos ricos.

De manera ininterrumpida, el sistema de dominación priista se reafirmó sobre la corrupción, la cooptación y la imposición de esas prácticas por cualquier medio. El caudillismo derivó en élites que, aún con sus “diferencias”, que nunca fueron más que las de sus intereses, siempre se pusieron de acuerdo para mantener su actividad depredadora de la riqueza nacional. En ese infame saqueo, han participado, en cualquier medida, cuantos han accedido a cargos públicos, vistos estos siempre como un pingüe negocio.

Por eso, la hegemonía priista era tan codiciada por la oposición; el PAN dejó de conformarse con migajas, peleó por todo y lo obtuvo con la alternancia del 2000, que fue un decepcionante fracaso. En busca de tajada, todos los partidos se unieron en el Pacto por México. El atraco se multiplicó y muchos problemas no sólo no se resolvieron, sino que se agudizaron y emergieron otros con más virulencia, como el de la criminalidad, que ahí sigue.

Pero la peor expresión de ésta, se mantuvo. La mafia del poder, visualizada con tanta antelación y agudeza por el presidente López Obrador, no ha dejado de actuar. La encabeza el mismo capo di tutti capi. Sus acólitos se han plegado siempre a sus dictados. Juntos, se adueñaron y controlaron todos los actores y mecanismos de beneficio y de justicia que les garantizaron ganancia, impunidad y reincidencia.

Empero, ese poder mafioso ha comenzado a declinar. Está puesto en la picota. Varios de sus principales operadores, como los abogados coludidos con ministerios públicos, jueces, magistrados y hasta ministros, parecen ser apenas el comienzo.

Si el propósito presidencial de desmontar ese poder sigue adelante, de lo cual no hay duda, es de esperar que se seguirán viendo acciones y decisiones inimaginadas, históricas, que sólo son dables en quien repudia los delitos del y desde el poder y que, con una autoridad moral incuestionable y un amplio respaldo social, tiene la determinación de liberar de ese lastre a la República.

Sotto Voce… Dignidad y justicia, que la inteligencia y trayectoria; honradez y discreción, así como los servicios prestados a la Nación por doña Olga Sánchez Cordero, sean ponderados y reconocidos por uno de los políticos más reputados y brillantes que ha tenido México: Porfirio Muñoz Ledo…En la Ley de Austeridad, debería considerarse la aplicación de severas sanciones a exfuncionarios que utilicen información privilegiada desde el sector privado, pero no condenarlos a que se queden sin empleo, menos por diez años, como se pretende ahora…Héctor Astudillo Flores llega a su Cuarto Informe. Entrega buenas cuentas, especialmente con la estrategia de recuperación de la seguridad pública. Esta, es su principal fundamento para seguir captando inversión privada y generar más empleos.

 


@mariobeteta

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