“No quiero robarlos ni lastimarlos, yo preferí recurrir a ustedes vendiéndoles estos dulces para pagar el tratamiento médico de mi hija”, expresa un hombre de unos 40 años a bordo de un camión urbano de la ruta 21 en San Luis Potosí.

Es la manera en que muchos aseguran haberlo visto desde hace varias semanas, incluso meses, apelando a la buena voluntad de los usuarios del transporte urbano, mediante una amenaza disfrazada de súplica. En respuesta de la mayoría de las personas acceden a darle unas monedas voluntariamente, lo que completa el plan perfectamente trazado del vendedor.

De acuerdo a la investigación periódistica de EL UNIVERSAL, esta situación se replica una y otra vez, no sólo en los camiones urbanos, sino en las plazas públicas, y lugares donde hay amplia aglomeración de personas, se trata de sicoatracos y se han convertido en una forma fácil de obtener dinero de la gente, sin que sea calificado como un delito.

“Yo no los vengo a robar, ni a quitarles sus carteras ni celulares, en lugar de eso prefiero ganarme la vida honestamente y les traigo estas pulseras de 10 varos”, replica un joven, quien comienza a recorrer el pasillo de un camión de la ruta 13 Sendero, con pasos lentos y una mirada amenazante.

El psicólogo Jaime Sebastián Galán, investigador de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), manifestó que este tipo de acciones infunden un tipo de miedo entre la ciudadanía, quienes de manera casi inadvertida acceden a lo que les piden.

“Como saben perfectamente que nadie los puede denunciar porque en teoría no están cometiendo ningún delito, aprovechan las herramientas que tienen a la mano y si estas herramientas son decir prácticamente; ‘agradece que no te estoy asaltando y dame tu dinero’ la gente accede por temor”.

Además estas conductas se han ido normalizando entre la gente que las vive, pues los mismos individuos que piden dinero se han encargado de replicarlas tantas veces entre la ciudadanía que ya no las identifican como una amenaza.

En San Luis Potosí, personas de todas las edades, algunos acompañados por niños y otros jóvenes que han salido de centros de rehabilitación de drogadicción o alcoholismo abordan las unidades de transporte urbano, principalmente de las rutas 11, 12, 19, 21 y 2.

“Si es muy común sobre todo en las tardes que personas así suban a los camiones, a veces simplemente su aspecto da miedo, porque no sabes si está actuando en contubernio con el chofer y de repente saca un arma”, señaló una usuaria de transporte urbano.

vkc

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