Para Marcela Azuela

 

 

Después de tantos años, resulta difícil de creer lo que sucedió el día de ayer: con el programa piloto para incorporar con plenos derechos a las trabajadoras del hogar, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) regresó a sus orígenes para poner a las personas por encima de las obsesiones financieras.

Germán Martínez Cázares pronunció este domingo un discurso memorable. Con él inauguró la oportunidad para que más de dos millones 400 mil personas, dedicadas a las labores domésticas remuneradas, cuenten con acceso pleno a la salud y a un retiro digno.

En México, pocos puestos de trabajo son más discriminados y discriminatorios. Con el argumento de la época colonial que pervive hasta nuestros días, hay quien todavía cree que las trabajadoras son “como de la familia,” y por tanto no merecen los derechos que otros empleados sí pueden reclamar.

Hay quien aún concibe las vacaciones, el aguinaldo, los alimentos, las medicinas, la habitación, los horarios razonables o los días de asueto como la dádiva generosa que el empleador entrega a su sirvienta.

Un hecho de “corrupción silenciosa,” como lo llamó el director del IMSS, uno frente al cual el Estado mexicano ha sido cómplice fundamental.

“Sobre mi cadáver,” dijo Humberto Castillejos, jefe jurídico del anterior gobierno —según compartió con este periodista el exdirector del IMSS José Antonio González —cuando se le preguntó por qué el gobierno de Enrique Peña Nieto no procedía a ratificar el convenio 189 de la OIT, referente a la justicia laboral en el trabajo del hogar.

Porque en realidad no era sobre su cadáver, sino sobre el de otras mujeres muy desprotegidas, es que este sujeto —junto con muchos otros cómplices— han sostenido durante generaciones una repudiable estructura de marginación.

Marcelina Bautista, la líder mexicana que más vida ha dedicado a esta causa, tomó igualmente la voz en el evento del IMSS y compartió palabras que, a la vez de conmovedoras, sólo pueden avergonzarnos.

Este triunfo —dijo— va para todas las trabajadoras que son madres y no han contado con una guardería para sus hijos, para las trabajadoras que se han embarazado sin atención médica; el triunfo es para las mujeres que, después de cuarenta o cincuenta años de lavar y planchar ajeno, han padecido una vejez quebrantada por las mismas carencias que recibieron desde la cuna.

El triunfo es para todas aquellas empleadas del hogar secularmente ignoradas por las familias, las instituciones, los partidos, los gobernantes, los jueces y las leyes.

“¡Que nadie se confunda, este es un logro histórico!” —declaró ayer Marcelina: uno que obtuvieron miles de trabajadoras en contra de la ceguera clasista y racista empecinada en dominar.

Empleada del hogar es un término que va más allá de esas tres palabras: significa mayoritariamente indígena, significa mayoritariamente al sur, significa mujer —en más de un 90 por ciento—, significa precariedad, menosprecio, negación, indignidad, abuso de poder, condescendencia malsana, asimetría injusta, persistencia de nuestras peores formas de relación laboral.

Que el IMSS lance un programa piloto para incorporar a las trabajadoras del hogar no es el final sino el principio de una muy compleja transformación. Una ruta de cambio que no dejará indemne a nuestra estructura social, porque cuando las más vulnerables comienzan a tener derechos, el resto nos vemos obligados a reconsiderar nuestros prejuicios y taras.

ZOOM: junto con las trabajadoras del hogar hay otros dos grupos sociales que comparten grave discriminación laboral, las y los jornaleros agrícolas y los trabajadores de la construcción. El conjunto de los tres grupos suma casi diez millones de personas que el IMSS debe también acoger con el discurso de los igualados.


@ricardomraphae

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