Alguien ganará la Presidencia el primero de julio.

Para ese o esa alguien, le tengo un sencillo consejo: disfrute mucho este domingo de victoria. Va a ser su último día realmente bueno en seis años.

Durante su sexenio, se cometerán unos 180 millones de delitos. Cada año de su sexenio, unas 20 a 25 millones de personas serán víctimas de algún delito. Los medios y la opinión le aventará a su cuenta cada uno de esos delitos.

Si le va bien, van a ocurrir unos 100 mil homicidios en el país bajo su mandato (si le va mal, unos 150 a 180 mil). La guerra de Calderón y Peña Nieto se va a volver su guerra al cabo de unos cuantos meses. Para finales de 2019 o principios de 2020, no habrá ya predecesor que culpar.

Tan sólo en el primer año, probablemente enfrente:

Más de 25 mil  homicidios dolosos

Unos mil 500 secuestros reportados y unos 65 mil  sin reportar.

Al menos una decena de masacres con diez o más víctimas.

Unos 6 a 8 asesinatos de periodistas y un número similar de ataques contra alcaldes.

Uno o varios casos de corrupción grave en alguna institución federal.

Varios casos frustrados en los tribunales y varios delincuentes saliendo de los juzgados por pie propio y sin sanción alguna.

Múltiples incidentes serios de violencia de género, incluyendo unos 600 a 700 feminicidios.

Por lo menos, un incidente serio de violencia fronteriza, con repercusiones en Estados Unidos.

Aproximadamente 5 mil  casos de desaparición, de distintos tipos y por distintas causas.

Diversas violaciones documentadas a los derechos humanos, perpetradas por elementos de dependencias federales o estatales, incluyendo algunos casos de ejecuciones extrajudiciales.

Todo eso, por supuesto, sin considerar la casi total certeza de sequías en el norte y de inundaciones en el sur, de unos diez huracanes por año y de muchos sismos de intensidad impredecible. Y ni hablemos de perturbaciones económicas externas, de una posible crisis financiera en algún país emergente, de una recesión en Estados Unidos, de las presiones proteccionistas generadas por el mal humor del señor Trump, de disparos en los precios de los alimentos o de caídas en el precio del petróleo.

Y aún no mencionamos el inevitable desgaste que vendrá de la negociación de cualquier reforma importante, de los conflictos internos en su partido o coalición, de las traiciones y deslealtades de algunos de sus próximos, de la desilusión que se apoderará de muchos de sus partidarios, de los chantajes a los que será sometido por una multiplicidad de actores políticos y grupos de interés, de las críticas aviesas y los ataques justificados, de los reveses en el Congreso y en los tribunales, de las muchas derrotas políticas que vendrán entre los pocos triunfos.

Esto no quiere decir que la próxima administración no pueda ser exitosa. Muy exitosa, incluso. Muchos logros pueden venir de la mano de muchos retos. Pero estoy hablando de algo mucho más básico, de una dinámica mucho más elemental, de la maldita costumbre que tiene el poder de desgastar a quien lo ejerce.

Entonces sí, ojalá disfrute mucho su día de triunfo quien sea que gane en julio. No va a tener muchos más de esos por varios años.

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