La última encuesta publicada por El Financiero (05 de agosto de 2019) nos permite ver tres nudos problemáticos de distinto grosor. El primero y todavía muy positivo es que el jefe del Estado conserva una aprobación cercana a los 2/3 que es, por supuesto, muy valiosa en un régimen democrático. Como han hecho notar varios encuestadores, si bien es cierto que la aprobación presidencial es alta, también lo es que la intensidad ha venido reduciéndose. Supongo que es el desgaste normal de cualquier administración que ve cómo el juego de las expectativas va combinándose con la realidad. El Índice de Confianza del Consumidor, que al inicio del año nos permitía ver un entusiasmo enorme sobre el desempeño de la economía nacional y personal, hoy arroja más bien números sombríos cuando, a punto de terminar el verano, la gente ve que ni sus salarios se han incrementado, ni las oportunidades de un empleo bien remunerado se abren para sus hijos y familiares. La economía está igual y la vida del mexicano promedio también. El entusiasmo de las campañas se va quedando atrás y ahora habrá que explicar a la gente cuándo y cómo se verán los beneficios concretos de una economía que se dice post neoliberal.

El segundo nudo problemático es el incremento de la resistencia nacional para apoyar a América Central. Es contundente: el 72% opina que no debemos respaldar a El Salvador y Honduras para contener su crisis migratoria. El mensaje al gobierno es claro: su principal apuesta de política exterior no es muy popular; es más, es claramente impopular y rebasa en su expresión numérica a la aprobación presidencial, por tanto, no puede ignorársele.

Sin embargo, el tercero es el más problemático de todos. La aprobación presidencial contrasta con la división que se percibe en la forma como los mexicanos vemos el futuro del país. El 49% considera que vamos por buen camino, pero el 45% cree lo contrario. Si comparamos el 66% de aprobación presidencial con el 49% de quienes creen que vamos por la senda correcta, estamos hablando de ¡17 puntos de diferencia! Un sector importante de la sociedad sigue viendo con simpatía al Presidente, pero cada vez es más escéptico de sus políticas. Es probable también que la magia de las mañaneras (que tanta atención captaron en el arranque de la administración) se haya estancado por efecto de la extensión y vaguedad que predomina en ellas. Eso de llevar al titular del SAE y la Profeco, casi cada semana, les ha quitado profundidad y, por supuesto, inquieta que, en vez de abordar los grandes asuntos, como por ejemplo la caída del 7% de la inversión o la masacre en Michoacán, el tema de la mañanera vuelva a ser la venta de la casa de Zhenli Ye Gon. El Presidente puede, claro está, intentar dominar la agenda pública, pero llega un momento en el cual no puede establecer tanta tensión entre los problemas del país y sus prioridades personales.

Aunque parece que lleva mucho tiempo con nosotros, el gobierno de López Obrador no tiene ni un año y por supuesto, no es un buen síntoma que los indicadores económicos se deterioren y cerca de la mitad de los habitantes del país crean que vamos por mal camino. No nos merecemos perder la esperanza tan rápido y me queda claro que el primero que debe entonar una autocrítica es el propio gobierno, pues le quedan todavía cinco años y medio de gestión. Y como dice la canción: hay que saber llegar.

Analista político. @leonardocurzio

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