Tres rounds. El régimen está tocado. El primer round exhibió prácticas probablemente corruptas cuya condena convincente del candidato —y luego mandatario— le había servido a López Obrador de sostén de su legitimidad. Ya en el segundo round demostró en tiempo real, estar, en efecto, tocado, al reaccionar como lo hizo contra el periodista que publicó la relación inmobiliaria de un hijo con un consorcio beneficiario de la multiplicación de contratos con Pemex. Y, tras victimar pública, directa y personalmente al informador Loret de Mola, con violaciones graves a sus derechos constitucionales, el presidente llegó al tercer round con su entorno familiar y su asesoría personal concentrados en maquinar tardía y torpemente una simulación, que en todo caso exhibiría otro muy probable conflicto de interés. Tres veces tocado en 20 días.

En el hoyo y cavando. Si eres tú el que está en el hoyo, deja de cavar, recomienda un viejo dicho anglo que quizás desconoce el presidente. Porque todavía ayer presentó la carta que envió al INAI para que investigue los ingresos de Carlos Loret y se haga público el origen de su riqueza, así como de sus socios y familiares. Pero ninguno de ellos parece sujeto obligado a informar de sus ingresos. En cambio, todos tienen el derecho a la protección de sus datos personales, como bien le respondió ayer mismo la presidenta del consejo del Instituto, Nuhad Ponce Kuri. Las reacciones adversas no terminan en medios nacionales e internacionales. Más los datos de desaprobación y el recelo ciudadano crecientes, en el seguimiento de Mitofsky. Ante ello, el presidente ha dicho (inoportunamente) que él se puede caer, pero que siempre se levanta.

Tragedias extraordinarias, episodios ordinarios. En medio del agobio de la guerra perdida para borrar la crisis de la conversación pública, el presidente mandó a los medios una imagen suya estrechamente escoltado por jefes militares, con motivo de un equis aniversario de una rama del Ejército. Gobernantes en apuros suelen mandar este tipo de señales, como advertencias. Pero el mexicano fue más allá. Dejó ver el diseño de las dictaduras populistas latinoamericanas. En la base, el control de la calle, con muchedumbres alineadas en pro, y contra cualquier inconformidad ciudadana. Y, en el control de los aparatos del Estado, el poder de las armas. Así lo dijo: Aun con todo el respaldo del pueblo, sin el apoyo de las fuerzas armadas no podría sacar adelante la transformación del país. ¿Qué sigue? Tragedias extraordinarias han sido disparadas por episodios ordinarios, como sería el cuestionamiento del tren de vida de un familiar del poderoso, seguido de la reacción incontenible del poderoso.

Autogolpe. Pese a los costos pagados por evitarlo, la historia de Houston ya es parte de la antología de relatos tipo ‘la colina del perro’ y ‘la casa blanca’. Ya está en la colección de episodios (y mitos) que configuran el patrón de creencias populares sobre la falsedad y la corrupción de los políticos. A embarnecerlo han contribuido, como réprobos o como inquisidores, los propios políticos. Y muy significativamente, el hoy presidente López Obrador. El golpe periodístico del hallazgo texano fue sobre todo un golpe simbólico propiciado por un autogolpe previo, de efecto retardado. Su retención en la memoria colectiva se extiende por el contraste entre las imágenes del caserón y la vehemencia de la autoexaltación cotidiana del presidente como ejemplo de austeridad y de combate a la corrupción.

Colorín colorado. Y en aquel solar de recreo y discordia les cayó encima, a José Ramón y a Carolyn, el catecismo de papá contra el ascenso social, su demonización de la lucha por la prosperidad personal y familiar y la criminalización del disfrute del confort de los estratos medio y altos (a los que pertenecen).

Profesor Derecho de la Información. UNAM

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